Debate Anatel: El oportunismo político y la traición institucionalizada
Mi respuesta a un excondiscípulo universitario que se engalana por su apellido ninguneando el mío

Arturo Alejandro Muñoz
No venga a dárselas de ’encachado’ conmigo, señor doctorado en Europa. Lo conozco tan bien como a mí mismo. ¿No ve que mis 80 años de existencia y un recorrido respetable por la historia de Pelotillehue me dan autoridad moral para definirlo?
Ya, ya… de acuerdo… su maestría, su doctorado, sus acciones en la Bolsa de Valores, sus viajes al extranjero, esos dos idiomas que domina, sus ‘pegas’ en países del hemisferio norte y todo lo demás, valen poco a la hora de desnudar nuestras reales estructuras. Usted es un chileno tan del lote como yo, como miles, como millones… y lo sabe. Tres certificados o tres ‘cartones’ hacen poca diferencia. La esencia de esta patria larga y angosta nos iguala.
Tal vez usted ‘habla en bonito’, yo lo hago en simple. Ambos, aunque le cueste aceptarlo, estudiamos en la universidad antes de la llegada de las bayonetas. Usted en la Pontificia, yo en la Casa de Bello. Usted era hijo de especuladores financieros… yo, de comerciantes minoristas. Usted comenzó su actividad profesional desde una posición muy cercana a la cúspide de la pirámide laboral… yo comencé desde el principio, ahí donde las papas queman y donde varias jefaturas son un poquito menos que imbéciles.
Ambos llegamos lejos; cada uno en su nicho. Yo lo hice a pulso, a puro ñeque, a uñas y dientes…y usted, tal vez estoy especulando, no lo sé, lo hizo con el apoyo de sus padres y de sus familiares. ¿En qué nos diferenciamos? ¿En el estipendio recibido mes a mes? ¿En su traje neoyorkino y en el mío de una tienda del retail local? Si esa es toda la diferencia, permítame decirle que seguimos siendo tan absolutamente iguales cual éramos cuando estudiábamos en las casas universitarias.
Yo aposté por los míos, usted por los suyos. Mi déficit fue no tener amigos dueños de las armas. Usted los tenía. Eran familiares suyos. Yo perdí, usted ganó, pero, ¿ganó en realidad? ¿Está seguro de ello?
Se lo pregunto porque me asiste la convicción que cuando se encuentra solo, a la mitad de la noche, revisando informaciones en las redes sociales, redescubre entonces canciones, videos y artículos que le regresan a la época juvenil haciéndole emocionarse… no lo niegue… es así y no puede restarse a tales emociones. Ellas son parte de su vida como lo han sido de la mía.
Insisto en que no lo niegue, pues hace una punta de años ambos luchábamos –cada cual a su manera- por lo mismo: la libertad, la cultura, la justicia social, la independencia, la soberanía respecto de los variopintos imperios del hemisferio norte, oriental y occidental. Nos diferenciábamos únicamente en quién debía administrar realmente el país; el Estado o la empresa privada. Vale decir, vino navegado o whisky, ceviche o suchi, biffe chorizo o paleta de cerdo a la parrilla. Centolla o reineta. Langosta de Juan Fernández o Cholgas de Lirquén.
Usted y yo, coleguita, nos embriagamos y engordamos en los mismos lugares. Y nos topamos en varios de ellos más de una vez. En Iquique, en Valpo., en San Antonio, en Puerto Montt, en el Sotitos Bar de Punta Arenas, en el desaparecido ‘Maru’ de Curicó, en las cocinerías de Los Tacos en Coltauco, en las fritanguerías del río Claro en Talca, en el ‘Zepelín’ de calle Bandera en Santiago. Después, a solas y sin cámaras ni grabadoras podemos hablar de “la tía Olga” en Concepción, del ‘Chico Lucho’ en San Camilo, del negro Prieto en Iquique o de la ‘Calzón Flaca’ en Diez de Julio, de la boite La Sirena y del mítico restorán “Las cachás grandes”.
Por eso, entonces, cuando está a solas con su computador y con su corazón, es decir, con su propia esencia, ¿reniega de su pasado y pasa de largo, o el quedo llanto le regresa finalmente a su verdadera estirpe de chileno bien nacido?
Es muy probable que, a pesar de ser egresado de la PUC, observe el mapamundi, recorra el largo listado de países invadidos y saqueados, para susurrar sotto voce: “yanquis hijos de puta”. Entonces, esa exclamación me permite asegurar que somos hermanos, aunque a usted le pese y haga morisquetas de desdén.
Por lo tanto, cuando la pobreza toca el clarín, la premura de ingerir un alimento a la hora del almuerzo o antes de retirarse a dormir consiste en un plato frugal, pero alimenticio. Reconózcalo, un humilde y sabroso arroz graneado con huevos fritos, que a usted y a mí cien veces nos mató el hambre, y que nos obliga a recordar cuánto lo saboreábamos en alguno de los viejos casinos universitarios. Tal vez hoy usted considere que ese platillo es poco digno de estar en su mesa; sin embargo, en el fondo de su conciencia, cual llamita aún encendida, permanece el recuerdo grato de aquel sabor compartido junto a otros como usted y como yo.
Por eso, insisto en lo mismo, en aquellos momentos en los que está a solas con sus pensamientos sin más censurador que usted mismo, y sus recuerdos se hacen piel en su piel, surge una vez más la frase que viene al caso: <alumbrada por el alma, la conciencia tiene sombra: se llama ‘vergüenza’> Es la vergüenza de no reconocer hoy lo que amó ayer, lo que le ayudó a sortear dificultades y le hizo ser uno más en el grupo de pares hace mucho tiempo.
Querido amigo, más allá de los apellidos, de las fiestas y reuniones sociales que nos distinguen y separan, somos esencialmente iguales. Sólo nos diferencia el amor al pueblo (en mi caso) y el amor al dinero (en el suyo). Lo cual no es poca cosa, lo reconozco.