Carta a mis amigos: mucha nostalgia y poca acción
Con una izquierda convertida en “archipiélago” de referentes y grupos, sólo la nostalgia permite seguir teniendo esperanzas y continuar en la brega. Estas líneas las escribí pensando en -y para- mis amigos. No me molesta ni me preocupa si se han hecho públicas.
Arturo Alejandro Muñoz
LA NOSTALGIA provoca siempre una mezcla de sentimientos mixturados con recuerdos de eventos acaecidos hace algunos años, e incluso décadas. Aunque la rutina árida y doliente del quehacer diario intente negarlo, o pasarlo al final de la fila de los compromisos, ella -la nostalgia- estraga o adormece (según sea la circunstancia) el espíritu, y lo anterior ocurre a todo ser humano, lo quiera o no, regurgitando recuerdos en su mente cada cierto tiempo.
Adosados a nuestras legítimas diferencias en asuntos políticos, religiosos y económicos, subsisten recuerdos que en gran medida también nos caracterizan como seres humanos pensantes y falibles. Cada quien, mujer u hombre, tiene una historia personal embadurnada de éxitos y fracasos, la cual revive de tarde en tarde golpeteando mente y corazón. En algunos casos -tal vez más de los que suponemos o quisiésemos- tales recuerdos cobran forma y provocan situaciones concretas que pueden trastornar la estructura sistémica de esta especie de “nueva civilización” llamada neoliberalismo.
Por ejemplo, no me es difícil entender (pero jamás aceptar) a esos añosos alemanes (y a sus descendientes) que han estructurado fortunas en el sur chileno, y que a pesar de los pesares continúan –en el lugar más recóndito de sus corazones- admirando al Tercer Reich.
Tampoco me cuesta en demasía comprender los dolidos sentimientos de mis viejos familiares, y de sus compañeros de ruta, que perennemente recordaron la fallida posibilidad de haber estructurado en España una sociedad socialista.
“Estoy aburrido de ser siempre perdedor en política”, me dijo un viejo amigo de mi padre, español republicano que hubo de poner pies en polvorosa luego del triunfo fascista-franquista en la guerra civil de 1936. Él estaba harto de ser un eterno perdedor en política, ya que, durante el gobierno de González Videla, al comenzar la década de 1950, hubo de ‘encuevarse’ en casa de un amigo durante un semestre para esquivarle el bulto al gorilaje del presidente traidor, y años más tarde, en septiembre de 1973, se vio obligado a retornar a España escapando de las garras de la dictadura pinochetista. Volvió a Chile al promediar la década de los 80, estuvo algunos meses por estos lados y decidió, finalmente, llevar sus cansados y octogenarios huesos a la madre patria, donde falleció el año 1996 en Valladolid, terruño que nunca olvidó. Más de dos tercios de su existencia los vivió recordando lo que pudo haber sido y no fue.
Vivir encuevado en un recuerdo sin ser capaz de reanimarlo y darle forma concreta para luchar por los ideales, constituye una mala forma de sobrevivir en permanente agonía.
Lo dicho. No siempre es sano andar con la nostalgia a cuestas, pero más enfermizo y venenoso resulta abandonar los ideales y alquilar tranquilidad a costo de obsecuencia. Un adversario declarado resulta ser de mayor respeto que un aliado tibio y zigzagueante. En política, y es una opinión personal, prefiero enfrentar a derechistas severos, antes que caminar en las tinieblas de las alianzas espurias junto a un socio temporal cuya historia reciente me avisa de posibles traiciones. En ese caso, la nostalgia, que viene por sendero de ripio y cascajos, me susurra alertas previniéndome de un potencial y artero navajazo.
Si de nostalgias hablamos, estoy seguro que la mayoría de los chilenos y chilenas con derecho a voto, si pudiesen leer estas líneas, manifestarían estar de acuerdo con las opiniones que a continuación desgloso en un apurado recuento.
Nunca, la política -y sus servidos/servidores (los políticos)- había caído en nuestro país a un nivel tan bajo como el de estos últimos años. Es de tal tamaño y profundidad la estulticia que caracteriza a parlamentarios y dirigentes que incluso resulta difícil hacer un análisis serio al respecto. ¿Dónde están los estadistas? ¿Tenemos? Realmente, en política hoy sobran los bufones, demagogos, hipócritas y sinvergüenzas… de ambos sexos… pues carecemos de personas que sean dignas de llevar el calificativo de “honorables”.
¿Y la ‘izquierda’, qué ha sido de ella? Hoy es pura nostalgia y cero acción. Se quedó pegada en las fotografías, los afiches, los videos y grafittis… sigue presente en los discursos y en las redes sociales, pero completamente ausente en aquellos escenarios donde debería participar. De verdad, y creo ser certero en esto, si no fuese por la nostalgia ya no habría izquierda en Chile, puesto que el Mall y la tarjeta plástica la fagocitaron. En el consumismo individualista el sistema neoliberal encontró su mejor soporte. Y en el personalismo corrupto la derecha pudo dividir a la izquierda convirtiéndola en un archipiélago de grupos, partidos y referentes inútiles y estériles como todo islote ubicado en el tormentoso océano al fin del mundo.
Hubo un momento (breve, es cierto) en el cual pensamos que las hornadas de jóvenes encabezando la dirección de los movimientos sociales podrían -por fin- tomar las banderas del liderazgo y revivir, uniéndola, a esa izquierda que hemos añorado desde hace décadas. ¿Será un nuevo traspié? ¿Terminarán siendo también absorbidos por ‘la máquina neoliberal’ como ha ocurrido con otras ‘promesas’ políticas? Ojalá que no.
Pero, en estricto rigor, hoy no tenemos estadistas… ni tampoco poseemos una mayoría de políticos de fuste, inteligentes, cultos y sólidos. El neoliberalismo borró del mapa las pampas de altos pastos donde podían circular personajes de alcurnia como aquellos. Hoy, en política, ya no hay mentes lúcidas ni graneros mesopotámicos, ni bibliotecas como la de Alejandría, ni maestros dignos de ser seguidos. En los patios de la Historia yacen inertes nombres y figuras de variopintas ideologías (incluso adversarias entre ellas) como Recabarren, Laferte, Alessandri, Aguirre Cerda, Bossay, Clotario, Huidobro, Frei Montalva, Musalem, Tomic, Neruda, Allende. Nuestra sociedad está carente de guías como los mencionados, abandonada a la suerte del consumo. Sólo queda la nostalgia…
Reconozco que, preferentemente, personas de pensamiento progresista son quienes sufren la nostalgia de tiempos y personajes ya idos. Pero, son exactamente esas gentes (y me incluyo en el grupo) las que permiten, en gran medida, que las raíces de una nación y su pueblo continúen enhiestas y útiles hasta el momento que sean llamadas a provocar nuevos cambios a partir de experiencias añosas.
Es que a las generaciones actuales poco les interesa lo que hizo, no hizo, ocurrió o dejó de ocurrir en nuestro país décadas atrás, pues muchas personas se ocupan casi exclusivamente de vivir el carpe diem, disfrutar el momento sin aferrarse a una conciencia del futuro o del mañana. “La vida es ahora”, parece ser el eslogan de las mayorías, las cuales reiteran que esa vida no es la de “ayer” ni la de “mañana”. Es ahora… ¡ya!
Con tal predicamento –que es más civilización que sistema- no sólo se desdeña y abandona toda acción consuetudinaria de solidaridad y justicia social, sino también se deja a nuestro país en las manos de predadores y agiotistas dispuestos a venderlo por trozos, kilos o metros, a tiburones transnacionales carentes de Dios, patria y ley. Es imperdonable dejar de pelear y aceptar que la condición humana pende de una tarjeta de crédito.
Me niego a ello, me resisto a bajar mis banderas y adoptar como realidad permanente la fatalidad de tales actitudes. Por eso, amigos queridos, al igual que ustedes, continuaré en la trinchera para seguir en la riña hasta más allá del último aliento.