¿Dónde están los viejos y verdaderos socialistas?

Es sano y conveniente recordar algunas situaciones vividas por el socialismo chileno antes y después de la dictadura

Arturo Alejandro Muñoz

¿Dónde, en qué esquina o en qué rincón de la Historia habrá quedado esa potente estructura partidista de los viejos socialistas chilenos? ¿Y qué brisa habrá sido la que desperdigó y difuminó la valiente y audaz declaración del histórico XXII Congreso Socialista, realizado en Chillán, el mes de noviembre del año 1967?

Alguien dirá que esas dos preguntas no son coetáneas y deben hacerse por separado, pues en el Congreso de Chillán los socialistas habrían determinado dar por superada la democracia, aceptando la lucha armada para derrotar al estado burgués e imponer una sociedad socialista.

Puntualicemos que en esa oportunidad los triunfadores fueron quienes formaban un sólido grupo llamado “Elenos”, donde destacaba el senador Carlos Altamirano, oponiéndose al sector encabezado por el doctor Salvador Allende, quien proponía una vía pacífica y democrática para la estructuración de un estado socialista.

Estas son algunas de las resoluciones de aquel ya mítico Congreso.

«La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y a su ulterior defensa y fortalecimiento».

«Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista».

«Las formas pacíficas o legales de lucha (reivindicativas, ideológicas, electorales, etc.) no conducen por sí mismas al poder».

«El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada. Consecuentemente, las alianzas que el partido establezca sólo se justifican en la medida en que contribuyen a la realización de los objetivos estratégicos ya precisados»

Si hoy, en el año 2025, tales acuerdos parecen violentos, debo informarle amigo lector que en 1967 no era así. La izquierda chilena aún no lograba recuperarse del verdadero azote reformista propinado por la Democracia Cristiana tres años antes, en 1964, con el triunfo de Eduardo Frei Montalva, apoyado también por amplios sectores derechistas. Además, el mundo aún vivía la etapa de “guerra fría” donde –a juicio de quien escribe estas líneas- había tres (y no dos) “vaticanos ideológicos”, a saber: Washington, Moscú, Pekín, siendo este último tan violento como el de Washington y adversario del moscovita, al que los chinos consideraban “tibios reformistas” (Mao-Tse-Tung, llegó a afirmar que en la URSS se había instalado el capitalismo… ello ocurrió en las Conferencias Mundiales de Partidos Comunistas y Obreros, celebradas en 1957 y 1960).

Lo que ocurrió después del congreso socialista es sabido. El MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) recogió algunos de los acuerdos de ese Congreso sumándolos a los propios y en 1970 se declaró “respetuoso” del gobierno socialista y democrático de la Unidad Popular y Salvador Allende, aunque continuó accionando por la lucha armada y revolucionaria.

Muchos (la mayoría) de los socialistas se plegaron a la tarea de “transitar democráticamente hacia la construcción de un Chile socialista”, guiados por el presidente Allende en lo que él y la Unidad Popular llamaban “vía chilena al socialismo”. Pero, el fracaso anunciaba el fin del ansiado proyecto del pueblo, pues la derecha unió finalmente sus fuerzas y sus líneas para asfixiar al gobierno allendista, a pesar que electoralmente (y en las calles) la Unidad Popular crecía año tras año, como quedó de manifiesto en la elección parlamentaria de marzo 1973.

Sin embargo, la vía democrática demostró ser un imposible ante la fuerza y violencia fascista-derechista financiada y cobijada por el gobierno estadounidense de Richard Nixon. Con esos apoyos, la alta oficialidad de las fuerzas armadas chilenas –miembros de aquella derecha- dio el golpe de estado, imponiendo un gobierno totalitario y criminal durante diecisiete crueles años en defensa de las megaempresas internacionales y de intereses que nunca fueron chilenos propiamente tales.

Luego, terminado el período dictatorial directo, en 1990, vinieron las traiciones y las “renovaciones” efectuadas por antiguos adversarios de la derecha predadora. El pueblo se fue quedando solo, sin apoyo ni defensa verdadera. Las viejas e históricas tiendas partidistas populares bajaron sus banderas y se unieron al baile de la corrupción, al amiguismo, al familisterio y al desparpajo que dirigía el viejo adversario, ahora convertido en socio de intereses y compañero duopólico del sistema neoliberal salvaje.

No obstante, más allá de imperfecciones y traspiés, el programa de la Unidad Popular y Salvador Allende –atacado con fiereza criminal por la ‘aristocracia política/empresarial/militar, luego de transcurrido medio siglo, se reconoce como necesario, válido y ejemplo de solidaridad social y democracia verdadera. Un programa y un gobierno que concitó el apoyo inclaudicable de sectores cristianos, como el MAPU (Movimiento de Acción Unitaria) y de la Izquierda Cristiana.

Pero, aquellas viejas y queridas banderas ondeadas por los socialistas de 1967 y 1970, hoy siguen cubiertas por el polvo del olvido y de la traición de algunos dirigentes que optaron hacer lo posible porque el neoliberalismo clavara sus banderas en nuestro país… ello ocurrió al día siguiente del triunfo del NO en el plebiscito de 1988. El aceite fenicio expendido por la derecha económica había logrado permear las voluntades, dignidades y fuerzas de muchos antiguos luchadores izquierdistas.

Y hoy, esos mismos viejos dirigentes, y sus noveles huestes “renovadas”, siguen haciendo lo impensado para que las nuevas generaciones nada sepan ni valoren de los eméritos líderes del radicalismo y del socialismo de antaño, ni de los estupendos programas de gobierno, como fueron los de Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende.

Por ello recuerdo las letras escritas por García Lorca:

<<Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo>>

Sólo queda un pequeño grupo de socialistas de verdad, de aquellos que no bajaron sus banderas ni entregaron sus conciencias al dolor de la traición en beneficio de políticos que nunca ayudaron ni se interesaron por el pueblo.

Esas personas de ese pequeño grupo están en la última trinchera, y posiblemente ni siquiera se encuentren en el partido mismo. Son la tenue luz que es dable observar en algún rincón del escenario político y social. La lucecilla que señala orgullosamente que el viejo tronco del socialismo histórico sigue presente…que no se ha rendido ni ha trucado sus ideales por el aroma del aceite fenicio ni el oro griego.

Salud por ellos, pues son la última trinchera, la última esperanza. Son los socialistas eternos, inmortales, inigualables, queribles, irremplazables…son los ‘socialistas allendistas’