Brochazos de una vida

 Brochazos de una vida

Si usted tiene menos de sesenta años de edad le recomiendo no leer estas líneas, pues no las aquilatará debidamente ya que no le interpretarán ni tampoco pretenden hacerlo. Esta es una nota para viejos y viejas, pero de aquella estirpe imbatible…la de los años 50 y 60

Arturo Alejandro Muñoz

Hoy cumplo77 años de edad, y merced a ello me permito exteriorizar algunos retazos de una vida pasada, de un Chile ya inexistente pero que, sin embargo, nunca ha dejado de palpitar serenamente junto a mi corazón.  Estos recuerdos los dedico con cariño infinito a mis amigas y amigos de aquellos tiernos años, siendo consciente que muchos ya partieron tempranamente a los escenarios de esa tierra del ‘nunca jamás’.

Estas próximas líneas se enmarcan dentro del espacio del Chile de ayer y ese de anteayer, aquel del tren a todos lados entre Iquique y Puerto Montt, y de las fiestas populares que se celebraban “métale” cuecas y corridos; estas líneas apuntan a ese país que ha desaparecido asfixiado por las tóxicas tinieblas de la era tecnológica, y que hoy se muestra tan carente de identidad y de nacionalidad específica.

En fin…en breves palabras, esta nota va dirigida a aquellas personas que han logrado superar las seis décadas de existencia y que, al igual como ocurre a este servidor, de vez en cuando sienten que sus almas son humedecidas por lágrimas de la nostalgia, e insisten en recordar aquellos viejos tiempos, aquellas amistades, romances, fiestas y esperanzas nacidas al ritmo de melodías que nunca abandonaron esa magnificencia que acompaña ad eternum a todo lo que tiene calidad imbatible.

Hace algunos días, viendo a mi esposa ‘administrar’ la lavadora eléctrica con gran maestría, un ramalazo de ‘saudade’ sacudió mi espíritu, y de pronto, así no más, casi sin proponérmelo, me vi de nuevo –muy infante- de pie frente al viejo laurel en un costado del emparrado patio de mi casa paterna, en el Curicó de los años cincuenta. Y como si los recuerdos viajaran nítidos y claros sobre una cinta transportadora, comencé a rememorar…

* La ropa se lavaba usando jabón “Gringo”, y después, ya en los años 60, “Perlina” y “Radiolina”. Los lavados eran a mano, en viejas artesas, con escobillados severos una y otra vez. Lo peor llegaba al momento de lavar esas (así las recuerdo) infames y duras sábanas de crea, las que en noches de fríos invernales había que entibiarlas pasando sobre ellas  una plancha caliente, ya que además de tiesas siempre estaban frías.

* Las cocinas eran a leña, con un  horno en el cual podía caber un submarino. Con cuatro o cinco platos de tamaños diversos, esa cocina era el lugar más tibio de mi casa en aquellos inviernos curicanos de terror con lluvias interminables, fríos intensos y ventarrones arremolinados.  

* Infaltable era el equipo de radio… ¿Phillips, Telefunken, Zenith? El que fuera, pero debía haber uno siempre listo para escuchar programas como “La familia chilena”, “Hogar, dulce hogar”, “Aló, habla Soto”, “Residencial la Pichanga”, “Radiotanda”, “Discomanía”, “La hora de los duendes”, “Doctor Mortis”, “Crónica de Hernández Parker”…en fin, y  tantos otros que he olvidado. Pero, a media noche de los días viernes, los adultos de la casa no se perdían un programa de aquellos: “Crónica Roja”, transmitido por una radioemisora santiaguina (¿radio Yungay?, no recuerdo bien)…dos horas de crímenes, asaltos, suicidios, peleas a cuchillazos, etc., etc. Años después, llegarían los noticiarios centrales de la televisión a  reemplazar el programita de marras con informes de portonazos, violencia intrafamiliar, asaltos, encerronas para robar automóviles, etc.

* ¿Y el jamón? Ah, el jamón…qué exquisitez!!! Las familias curicanas que tenían cierto poder económico, en los 50 y comienzos de los 60, compraban una pierna de cerdo (de esos cerdos de antes, gigantes, gordos), y la metían dentro de un barril repleto con sal de mar. Allí la dejaban un par de meses, y cuando la sacaban de aquel artefacto, se había transformado en el más delicioso jamón y tocino del que yo tenga memoria. Coño… de rechupete. Las colgaban de un gancho en la cocina, y la dejaban ahumarse lentamente, para después sacar trozos a tajos de cuchilla y devorarlos con o sin pan. Una maravilla.

*  Nunca he olvidado el aroma del café ‘Tres Montes”, o el café de Higo “El Lancero”…ni aquella azúcar en panes o terrones, ni la azúcar rubia…ni el sabor de un helado (helado barquillo le llamábamos)  conocido como “Bocado”. Mis hijos insisten en decirme que se trataba de un helado de vainilla…pero yo insisto también  que ese helado de ‘Bocado’ era infinitamente superior. Como superior eran las tortas ‘Montero’, y las sustancias de Chillán, y las manzanas confitadas (que estropeaban nuestra dentadura), y aquellos panes llamados “chocoso” y “coliza”…hoy los cocinan en algunas panaderías, pero distan millas cósmicas de la calidad y sabor  de los de entonces.

* A finales de la década de 1950 asistíamos a las fiestas de los sábados en la noche, que llamábamos “malones”, y que generalmente se realizaban en la casa de una niña, con los padres de la chiquilla presentes durante todo el baile, danzando en el “living” iluminado “a giorno”, moviéndonos al compás de la música que escapaba del tocadiscos cuya aguja robaba la voz del cantante grabada en el acetato.

Esas fiestas juveniles comenzaban cerca de las nueve de la noche y terminaban, sagradamente, a la una de la madrugada a más tardar.

Lo mejor venía al regresar a casa, bajo el bruñido fulgor de las estrellas que rebotaba en las calles vacías y tranquilas, pues deteníamos nuestro camino en la Plaza de Armas amparándonos en las frías sombras de las ancianas  palmeras que la rodeaban y de los majestuosos árboles interiores que escondían el quiosco de música, a cuyas espaldas coleaban los peces multicolores en medio de las hojas de loto que humedecían sus verdes bordes en el espejo de agua que colmaba la fuente principal.

Allí, con la noche tranqueando cansinamente hacia la alborada gris de una madrugada aún lejana, repasábamos los acontecimientos vividos en el “malón” reciente y disfrutábamos con la esperanzadora posibilidad de transformar la sonrisa que una determinada niña nos había regalado en medio del baile y las bebidas, en futuro “pololeo” serio y romántico.

Pero eso habría que comprobarlo al día siguiente, en la función de “matinée” de las dos de la tarde en el cine “Victoria”. Hablábamos de ello con la emoción de un sentimiento puro y honesto escarceando nuestras ilusiones, encendiendo los que fueron nuestros primeros cigarrillos que compartíamos en grupo, pasando el pitillo de una mano a otra hasta consumirlo absolutamente.

Era el rito de los “machos”. Conversar a las dos de la madrugada de un domingo aún feto, en plena Plaza, ocultos por las sombras arbóreas, fumando un “pucho” y hablando cosas de hombres…pero de hombre muy hombres.

Obviamente, teníamos nuestros propios “modelos” para imitar, ya que no éramos, ni con mucho, lo suficientemente adelantados en materias creativas para dar nacimiento a estilos propios y sólidos. Menos aún en una provincia quieta y tradicional, donde los ejemplos de la “gran metrópolis” santiaguina llegaban con meses –y a veces, años- de retraso, pues no existía la televisión y la prensa se caracterizaba por un acartonamiento aún mayor que  el actual.

* Ah, la comida…ella era parte activa, histórica y emérita del republicanismo de aquel entonces. Chunchules, perniles, arrollado de huaso y arrollado a la chilena, papas cocidas bañadas en pebre, sanguches chacareros, ‘pichangas’ criollas con bastante queso,  jamón, aceitunas y escabeche; causeo de patitas de chancho con cebolla y ají color. ¿Le suena a ‘gringa’ toda esa merienda? No, pues, chilena a más no poder. Republicana total. Y si usted me permite una licencia, ella era también Radical a concho…pero del antiguo tronco, aquel de los Clubes Radicales que en provincias competían con su menú, tragos, dominó y cacho, con los locales del Centro Español y del Centro Árabe. Al menos, eso ocurría en mi natal Curicó allá por las décadas de 1950 y 1960. Y allí nos reuníamos algunas familias en aquellos años. Inolvidable.

* Hasta que en octubre por fin llegaban las ansiadas “Fiestas de la Primavera”, y la municipalidad curicana cerraba el tránsito vehicular alrededor de la hermosa Plaza de Armas para que todo el pueblo, con máscaras, antifaces, challa y serpentinas, disfrutase un día completo de fiesta y alegría, viendo el desfile de carros alegóricos representando a los distintos barrios, al Liceo de Hombres, al colegio de las monjas, al de los hermanos maristas, al club deportivo “Alianza”, a la colonia española, a la árabe…en fin..a la ciudad toda. Y aplaudíamos a la “Reina”, dama que conocíamos y que encendía nuestra libido juvenil.

* Después, cómo no, llegaba el Rodeo…fiesta de adultos y para adultos, aunque la chiquillería asistía sólo para comer empanadas y ver las peleas de box de aficionados en el ring que el “Negro” Jara y “Cloroformo” Valenzuela (campeón nacional) instalaban a un costado de la enorme planicie, metros más allá de las últimas fondas y ramadas.

* Posteriormente, ya en pleno verano (enero era el mes), una empresa santiaguina de juegos y diversiones se instalaba en el sector de la Alameda curicana con la rueda de Chicago, carrusel, tiro a los ’patitos’, tacataca, aros y botellas,…en fin, eso y más…pero lo nuestro (lo de los jovencitos) era la música que escapaba de los parlantes de aquella feria. Y aquí voy a sorprender a muchos. Bailábamos en pleno óvalo del parque de esa Alameda, al anochecer, con los temas interpretados por magníficos cantantes como Sam Butera, Sammy Salvo, Roy Hamilton, Chuck Berry, Neil Sedaka, Paul Anka, Brenda Lee, Bobby Darin, The Platters, Los Cinco Latinos, Elvis, Little Richard, Los TeenTops, y tantos  otros, cuando James Dean era nuestro icono a seguir… y Brigitte Bardot la hembra  a conquistar. 

Ya, basta…no más. Quedan muchísimos recuerdos en el tintero de la nostalgia. Algún día los sacaré a la luz. Por ahora  es suficiente con lo ya mencionado. La saudade empapó de lágrimas el teclado de mi computadora.

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