Los 60 años de un grande de nuestra historia,Jorge González. Por Juan Francisco Torres
Llegó el comandante y mandó a parar
Arturo Alejandro Muñoz
La frase del título de esta nota corresponde a una línea de la conocida canción que habla de Fidel Castro y de los excesos de la dictadura de Fulgencio Batista que sufrió la sociedad civil cubana hasta 1959, lo cual permite -aunque sólo sea parcialmente- comprender por qué ocurrieron luego los eventos y asuntos que acaecieron en la isla caribeña.
Pero, no es de Fidel de quien quiere hablar esta nota; es de Chile, donde ningún comandante criollo desata pasiones positivas, y si nos referimos a generales, la cosa va para peor.
Sin embargo, esta vez me gustaría invitar a ustedes, queridos lectores, a un viaje por la ficción, por ese mundo de fantasías al estilo de las maravillas que conoció Alicia (con conejo y todo). Ninguna dictadura, ningún totalitarismo, ha podido cercenar el bendito derecho a soñar.
Lean y juzguen lo siguiente; siempre hemos sabido que nuestras fuerzas armadas desde el inicio de la república – Portales dixit- han sido tan conservadoras y derechistas que hoy rozan el neofascismo, cuando no lo abrazan y lo apretujan con araruira, como cantaba mi viejo amigo Lucho Mellado en los malones juveniles de aquel provinciano y lánguido Curicó de los años 60.
Ejemplos de lo dicho, sobran. ¿O ya olvidaron a Jorge Montt, Roberto Silva Renard, Ariosto Herrera, Roberto Viaux, Toribio Merino, Augusto Pinochet, entre muchos otros sediciosos y golpistas como los mencionados?
Podríamos llenar más de una página con sus nombres si comenzamos a recordar a aquellos que se alzaron en armas -con o sin éxito- para apoderarse de la primera magistratura, desde comienzos del siglo diecinueve hasta nuestros días.
Con toda seguridad muchos de ustedes, estimados lectores, tienen una mala opinión de mandatarios procedentes de un totalitarismo que no resiste dudas. Me estoy refiriendo a personajes latinoamericanos que todos conocemos. ¿Habrá que nombrarlos? ¿Sí? Bueno, nombrémoslos. Díaz Canel, Ortega, Maduro, son los de hoy, y son izquierdistas (eso dicen ellos), pero antes hubo otros peores, sin duda, y eran derechistas. Se presentan en mi memoria nombres como Batista, Somoza, Trujillo, Stroessner, Bordaberry, Castelo Branco, Videla, Pinochet… ¿suficiente? Creo que sí. Y eso que he preferido omitir los nombres de algunos maldadosos chicuelos del PRI mexicano de los años 60, 70 y 80.
Bien, ¿pero a dónde pretende ir o llegar esta nota? No sean apurones, ya se los digo. Se van a sorprender, no me cabe duda.
Imagínense que en nuestro ‘oasis’ se produce un golpe de estado militar. Sólo militar, no cívico-militar. Imaginen ahora que los conductores de ese movimiento son altos oficiales que en su primera intervención ante la prensa declaran ser izquierdistas, y que su líder, un general atrevido, locuaz e inteligente, manifiesta admiración por esos muchachines judío-alemanes apellidados Marx y Engels.
A ver, a ver…no me vengan con la cantinela de que ello es imposible porque nuestras gloriosas FFAA siempre han estado bajo el mando de vetustos y nobles derechistas. Me pregunto si en Venezuela las fuerzas armadas eran de izquierda cuando Chávez ingresó a ellas como cadete. Recuerden que en Chile, año 1924, la oficialidad joven desbancó a la vieja oficialidad que había ocupado los curules del gobierno una vez que Arturo Alessandri optó por quitarle el bulto a la jeringa e irse a patinar por los escenarios europeos. ¿Ven? Entonces, todo es posible.
Ya, okay, sigamos elucubrando. Tenemos, pues, en el gobierno central (y en todo el gobierno interior) a uniformados de izquierda. Por cierto, la Bolsa se hace ídem en menos de una semana; cientos de ricachones “aprecué” del país rumbo a playas con palmeras sitas en el hemisferio norte, o a ciudades del mimo hemisferio pero que cuenten con muchos bancos e instituciones financieras “serias y confiables”. Ah, y por supuesto, con gobiernos de la más pura cepa capitalista. Junto a esos distinguidos caballeros viajarían también miles de no tan distinguidos extranjeros que habían llegado respondiendo a la invitación extendida oficialmente por un especulador financiero petimetre que fue a abrirles las puertas del país allá en la colombiana Cúcuta.
Y comienza la cueca larga. Se redacta y aprueba una Constitución Política emanada de una Asamblea Constituyente que, a su vez, reemplaza al poder legislativo bicameral que estaba corrompido hasta las mismísimas suelas de los zapatos de los ‘eméritos’ parlamentarios.
Una nueva Justicia, algo menos mala que la actual, saca a la luz pública los criminales e inmorales negociados desarrollados por algunos políticos y empresarios, policías, militares, marinos, dueños de medios de comunicación, pastores evangélicos, sacerdotes, y sacristanes. Las cárceles comienzan a recibir pensionistas de pelajes diferentes. Una brisa oxigenante de “justicia-justa” recorre el país.
Se derrumba por fin la vieja frase con que éramos conocidos en el resto del vecindario: “En Latinoamérica hay un país llamado Chile donde nada es de Chile”. Eso cambiaría ya que los chilenos volverían a ser dueños del mar, de las aguas, de los montes, los glaciares, de la energía, de las sanitarias, de sus carreteras, de los trenes…una renovada industria comenzaría a mostrar sus primeros avances.
Pero, ojo con esto…más rápido que lento comenzaría también una especie de bloqueo económico orquestado y dirigido por ciertos ‘halcones’ apoltronados en lugares como la White House, el FMI, el Banco Mundial y la mismísima inútil OEA, que para estos efectos es muy útil si se trata de cumplir el mandato de interpósitas autoridades norteñas.
Sería entonces la hora de las negociaciones. Yo doy, tú das…yo entrego, tú permites…yo solicito, tú prohíbes. ¿Es feo? Claro que lo es, pero si no se negocia, la película que viene es conocida por todos. Y si se negocia, la película también es conocida.
Chile habría vivido un breve espacio de mejor estado para regresar “pacíficamente” a lo que siempre ha sido.
Es un mal sueño esta ficción, pero al menos permite respirar un mejor aire durante un corto tiempo.
El comandante llegó a parar y ordenó la casa, aunque prontamente tendría que compartir el sillón de O’Higgins con los predadores de siempre, pues sería consciente que el pueblo difícilmente saldría a la calle para defenderlo armas en ristre. ¿O ustedes sí saldrían dispuestos a trenzarse a tortazos y balazos con enemigos de la felicidad de Chile? ¿Lo harían? ¿Están seguros?
Lo pregunto porque cuando mi amado presidente Allende dio la pelea atrincherándose en la Moneda, defendiendo mis intereses y mi dignidad, yo me acoquiné y opté por encerrarme en mi casa a la espera de que todo se calmara, y con la feble esperanza de que jamás derribaran mi puerta algunos uniformados, o algunos despiadados criminales que esos mismos uniformados usaban como mano de gato para exterminar a quienes sabían o suponían adversarios políticos.
Todo esto es una negra perspectiva. ¿Dónde está la luz, la salida, si la mayoría del pueblo, cuando tiene la posibilidad de cambiar en algunos grados el eje de la política, termina apoyando casi sin ambages el statu quo, el inmovilismo?
Por eso me permito insistir con la pregunta. ¿Dónde está la luz, la salida? ¿Ustedes lo saben?, porque yo ya no lo sé.