Los ‘flaites’ se han tomado Chile.
¿Será la harina, el agua con demasiados minerales, las papas, el clima? Ojalá sociólogos, antropólogos -o politólogos- logren dar con la respuesta que explique por qué nuestro país se convirtió en tierra de ‘flaites’ desde el año en que el empresariado fundamentalista neoliberal impuso sus reglas a los mayordomiles gobiernos de la Concertación.
Arturo Alejandro Muñoz |
¿QUÉ ES, en estricto rigor, un “flaite”? Las acepciones son variadas, pero todas coinciden en algunos puntos que permiten homologar al ‘flaite’ mediante una caracterización aceptada universalmente.
Digamos, en primer lugar, que etimológicamente el término “flaite” proviene de la palabra inglesa “flighter” (volador), y en Chile se usa para catalogar a una persona que “anda volada” (drogada).
No obstante, esa simple explicación, en nuestro país, es a todas luces insuficiente para caracterizar al tipo de
persona que convoca este artículo, pues más allá de la información mañosa e interesada que la “prensa canalla” (Emol, Copesa, TV abierta) machaca diariamente a sus lectores respecto a que el uso y abuso de psicotrópicos abunda de preferencia en la juventud marginal, es imperioso señalar que tales conductas y hábitos no son exclusivos de una determinada clase social, ya que si bien el ‘flaiterío’ parece haber nacido entre la juventud de algunas poblaciones marginales de grandes ciudades (Santiago, en particular), hoy se extiende a otras capas de la sociedad, independiente de la condición socioeconómica, del sexo y de la edad.
Es posible que algún erudito de la sociología intervenga diciendo que el quid del asunto se sitúa en la existencia de las tribus urbanas, como ocurre con pokemones, pelolais y otros, explicación que si bien puede acercarse a la realidad no entrega una respuesta definitiva. Como tampoco es definitiva la argumentación que esgrimen ciertos políticos de izquierda y de derecha, pues culpar a “la sociedad” -argumento utilizado por muchos izquierdistas- viene a ser un lugar común archi repetido como, también, una liviandad inaceptable, ya que el fenómeno del ‘flaiterío’ no se produce en todos los países en vías de desarrollo (ni siquiera
en la mayoría de ellos), toda vez que se trata, definitivamente, de un problema o fenómeno social particular
ente “chileno”.
Y en cuanto a los derechistas, al menos muchos de ellos, que aseguran liviana y clasistamente que “la flojera” es la madre de todos los males en las clases populares, es ya el momento de indicarles que esa resulta ser una opinión que ni siquiera convence a quien la dice, porque todos sabemos cuánto trabajan muchas personas de los estratos económicamente carenciados, y sin embargo no logran salir de su estado de postración, puesto que sus salarios son definitivamente ‘africanos’ y sus necesidades básicas se encuentran completamente insatisfechas.
Entonces, debe entenderse que no estamos hablando de delincuentes conocidos y estereotipados, tales como “lanzas, monreros, cumas, astronautas (por los ‘alunizajes’), carteristas, cogoteros, etc., sino que estamos refiriéndonos a un espécimen distinto que no es, necesariamente, ‘pato malo’. Es el ‘flaite’… bicharraco social creado, parido, escupido, vomitado o defecado por el burdo e interesado acomodo de los empresarios devenidos en políticos, y en gobernantes cuando se cobijaron bajo la sombra de las bayonetas.
¿Qué es una falacia lo anterior? Desglosemos algunas ideas y después critiquemos el aserto.
Primero que todo, ya en 1975, la Junta Militar ordenó a algunas filiales de CORFO -como INFOP, SERCOTEC, INACAP, y otras- lograr lo más rápido posible el autofinanciamiento, o simplemente, dejar de existir. INACAP fue una de las filiales que pudo soportar el chaparrón y salió fortalecida de la crisis, pese a que todos los expertos europeos debieron abandonar el país debido a las presiones insostenibles ejercidas contra ellos por el gobierno militar. A comienzos del año 1989, casi
gratuitamente, se produjo el comentado traspaso de INACAP a manos de la CPC (Confederación de la Producción y del Comercio), en el momento que esta confederación era a su turno copada por un nuevo grupo de empresarios pertenecientes a la más fanática y ultramontana sección del catolicismo mundial: el Opus Dei.
Una vez obtenido el botín, esos mismos empresarios abandonaron a los trabajadores dejando las vitales tareas de formación y capacitación técnicas en manos de otras instituciones (también privadas, y con matrículas onerosas pues se dedicaban al comercio, al negocio, al bolicheo),
mientras ellos orientaban el instituto también a ganar dinero mediante la oferta de especialización a sectores de altos ingresos que, precisamente, contaron siempre con un amplio abanico de posibilidades ofrecido por el mercado.
Por lo tanto, los trabajadores chilenos –en su gran mayoría- quedaron impedidos de acceder a toda posibilidad de capacitación laboral, formación integral, técnica y cívica. Fue el primer tramo asfaltado ultraderechista a la construcción de la ruta del ‘flaiterío’, corriente social y popular que actúa cual “sherpa” (*) de
los patrones ultraderechistas y de los políticos cercanos al fascismo.
(*)SHERPAS: originalmente eran habitantes de las montañas en Nepal. Han actuado como guías y ayudantes en las expediciones de europeos y norteamericanos en los montes Himalayas, portando equipajes, levantando campamentos, atendiendo a los escaladores, sirviéndoles de mozos, guardianes, guías, etc. Son, en estricto rigor, los que hacen “la pega dura” para que sus patroncitos se lleven la gloria y la fama.
Segundo: a los pocos meses de la llegada de los empresarios al gobierno militar (los llamados ‘Chicago boys’), el general Pinochet y el almirante Merino decidieron traspasar los servicios de educación pública a los municipios, en un claro y clasista intento por minimizar la calidad de la educación pública, misma que había sido permanente y exitosamente apoyada, implementada y desarrollada por muchos gobiernos anteriores, desde Pedro Aguirre Cerda (1939) a Eduardo Frei Montalva (1964) y Salvador Allende(1970).
La idea del empresariado no era otra que procurar un objetivo indesmentible que se cumplió a cabalidad: evitar, a todo trance y costo, que el pueblo pudiese ‘educarse’ de verdad, para así impedir que desde las filas de ese mismo pueblo pudiesen salir mentes brillantes dispuestas a administrar las grandes empresas estatales y/o gobernar en beneficio de las mayorías.
Tercero: adherido a lo anterior y con un objetivo aún más clasista, el gobierno militar decidió ‘basurear’ la educación universitaria, despreciando la calidad de los profesionales y sus títulos académicos. Desde fines de 1973, los militares transformaron los campus universitarios en verdaderas “escuelas para señoritas”, o en vulgares seminarios opusdeísticos, prohibiendo el libre pensamiento, la
reflexión, la duda, el análisis, obstaculizando la investigación, censurando clases, docentes y publicaciones…hasta lograr que las casas de estudios superiores fueran una especie de claustro de monjas vírgenes (¿existirán?) donde se enseñan ‘recetas’ del tipo culinario para las distintas especialidades, muy en particular aquellas que en los siglos precedentes se habían destacado por su capacidad crítica y analítica.
¿Los militares actuaron de esta manera sólo por el temor de seguir enfrentándose a mentes más preparadas, o por algo más?
Indudablemente, por algo más. No olvidemos que hasta el mes de septiembre de 1973, en Chile –especialmente en la juventud- existía el convencimiento de que toda persona cuya calidad educacional y capacidad analítica y crítica se ubicaba por debajo del promedio, tenía como norte el ingresar a una de las escuelas matrices de las fuerzas armadas. “Si no te da el puntaje en la Prueba de Aptitud Académica (PAA) para entrar a la universidad, entonces no te queda otra que meterte a paco, milico, aviador o managuá (marino)”; ese era el pensamiento de la época. En palabras simples y directas, a las escuelas
matrices de las fuerzas armadas –siempre según se aseguraba en aquellos tiempos- ingresaban solamente los ‘pencas’, los ‘cabeza’e pistola’, los ‘cuadrados’, los ‘tontitos’ y, por supuesto, los ‘hijitos de papá’.
Recordemos que en esos años, las universidades existentes eran realmente pocas, a saber: Universidad de Chile (y sedes en algunas provincias), Universidad Católica (y sedes en algunas provincias), Universidad Federico Santa María, Universidad Técnica del Estado, Universidad de Concepción y Universidad Austral. Por ello, ingresar a una de esas universidades era privilegio
EXCLUSIVO de los alumnos que obtenían altos puntajes en la PAA. Además, la sociedad chilena valoraba y colocaba en alto sitial a todo profesional universitario, otorgándole un alto ‘status’ a quienes egresaban de los planteles universitarios. Realidad que por cierto molestaba -y mucho- al milicaje de entonces.
“Los milicos se vengaron de nuestra generación”, me asegura María Inés, brillante química farmacéutica, hoy académica en una universidad europea. Claro que se vengaron. Transformaron a las casas de estudios superiores en una especie de boliches de esquina, donde
todo se compra, se transa en dinero, donde todo está a la venta…incluyendo los centenares de “maestrías y doctorados” que pululan en el mercado de ofertas académicas, los cuales pueden ser tomados (y aprobados) por cualquier individuo que disponga de dinero para cancelar el certificado correspondiente. Maestrías que –como bien sabemos- se otorgan incluso vía correspondencia, a distancia, por medio de Internet…pero pagando, siempre pagando…y eso es lo único que importa ya que los bolicheros de la educación –asociados en la esquila de la oveja popular- exigen “magíster”, doctorados, Phd y similares para
contratar a un individuo que esté interesado en ejercer docencia en alguna de las actuales univer$idade$.
Por ello, hoy día, ser ‘profesional universitario’ –al menos en Chile- constituye social y económicamente un rango inferior a contar con algún grado de oficialidad en cualquiera de las ramas de las fuerzas armadas…amén que -y no es un despropósito asegurarlo- se ha convertido también en pingüe negociado para los bolicheros de siempre, los empresarios predadores y expoliadores, muchos de cuyos hijos visten algún tipo de uniforme o de sotana.
De esta manera, una parte significativa de la juventud –aquella que siguió estudios universitarios (endeudándose por décadas futuras y además comprometiendo económicamente a sus familias)-, puede comprobar que la movilidad social vertical que esperaba conseguir con sus estudios, no se produce, ya que sus títulos académicos –al ser fácilmente obtenibles mediante un pago en dinero, pago alto y oneroso, pero pago al fin de cuentas- viene a servir preferentemente como simple currículo de inicio para ingresar a trabajos –o ‘pegas’- remuneradas con salarios que años atrás eran los que recibían los trabajadores capacitados en
instituciones como INACAP, DUOC y similares (soldadores, refrigerantes, matriceros, mecánicos de banco, electricistas, dibujantes técnicos, mecánicos automotrices, etc.).
Abandonados a la suerte del dinero, al azar de tener o no tener unas ‘lucas’ para salir adelante, y además menguadas social y económicamente las calificaciones laborales desglosadas de los estudios superiores, muchos jóvenes optan por el “carpe diem”, vivir el momento, sin interesarse en el futuro, y menos aún en conocer el pasado para reflexionar al respecto (lo que ha sido ahora ‘oficializado’ por la ultra derecha gobernante al rebajar las horas de la asignatura de Ciencias Sociales en la educación básica y comienzo de la enseñanza media).
Para muchos de nuestros actuales muchachos, lo importante es lo inmediato y lo que sea ‘top’, vale decir, sufragar los gastos impetrados por la adquisición de las zapatillas ‘in’, del jeans y Iphone de moda, el CD con la banda del momento, la fiesta del viernes, el carrete del sábado y el juego sexual que de ello se desprende…pero sin compromiso, amor, cariño ni responsabilidad.
Todo lo demás, no interesa…ni siquiera la realidad desmedrada en la que se insertan. Son hijos del neoliberalismo
salvaje y se manifiestan felices con ello…pues carecen de elementos que permitan analizar la situación en que viven y –suponen ellos-prosperan. Son, pues, los ‘flaites’ que sirven de colchón, de resorte, al sistemita que no todos los chilenos aceptan.
¡Qué duda cabe! El ‘flaiterío’ es un estamento social creado por el sistema neoliberal, específicamente por el empresariado transnacional predador a través, primero, de los militares ignorantes y de la derecha clasista y vendepatria, y después, ya en democracia, mediante la corrupta participación de un conglomerado político entreguista y pusilánime llamado ‘Concertación’.
Hoy día, ese amplio segmento -los ‘flaites’- cumple el propósito capitalista, el cual no es otro que mantener a gran parte de la juventud perteneciente a estratos populares atrapada por el consumismo, el desinterés en los asuntos políticos, la indiferencia por la cultura y la educación integral, amor a la farándula y abuso del individualismo carente de capacidad analítica, todo lo que, tal como he insinuado en líneas anteriores, resulta funcional a los intereses y requerimientos de la clase dominante.
Y ahí están ellos; entre la exclusión y la pertenencia social. En zona indefinida, brumosa. Como ocurre con tantos asuntos en Chile.