Los 60 años de un grande de nuestra historia,Jorge González. Por Juan Francisco Torres
Arturo Alejandro Muñoz
En esta entrega comenzamos a instalarnos en nuestra propia época, entendiendo por tal a aquella que se extiende desde el comienzo de la ‘Guerra Fría” hasta nuestros actuales calendarios en la segunda década del siglo veintiuno, aunque incrustaremos algunas anécdotas acaecidas en otros tiempos y otras realidades. La literatura lo permite…y nosotros lo tomamos sin vacilaciones.
“No rechaces el whisky que te ofrezcan gratuitamente en este Saloon…aunque quien lo haga sea el mismísimo Tom Horn Jr.”; frase atribuida a Wyatt Earp en conversación con John Henry ‘Doc’ Holliday, en la principal taberna de Tumbstone en 1879, mientras disputaban una partida de póker (ese mismo año, en Sudamérica, Chile, Perú y Bolivia comenzaban la sangrienta Guerra del Pacífico, o “Guerra del Salitre”).
Nosotros tampoco rechazamos lo que nos ofrece y permite la literatura…aunque a veces ello pueda resultarles molesto a ciertas personas que preferirían sojuzgar la Memoria y cooptar la Historia.
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Una gran y valiente mujer… Fanny Pollarolo
Con Rodolfo Seguel y Manuel Bustos encarcelados por orden de la dictadura, el Comando Nacional de Trabajadores, para la Tercera Protesta Social (12 de julio de 1983), quedó en manos de la CEPCH (Confederación de Empleados Particulares de Chile), con su presidente, Federico Mujica, a la cabeza, mientras yo participaba junto a él como Director CEPCH.
Realizamos una histórica marcha por las calles céntricas, saliendo en caravana desde la sede de la Confederación de Trabajadores del Cobre, ubicada en las cercanías del Paseo Huérfanos. La idea era entregar una carta a Pinochet en La Moneda. En ella solicitábamos un reajuste salarial, el término del exilio y de la censura, la fijación de plazos claros para el retorno a la democracia y el derecho a mantener organizaciones de libre pensamiento.
Esa carta también tuvo su historia interna, y vaya qué historia.
Los dirigentes sindicales nos reunimos en una amplia asamblea con los representantes de los partidos políticos (que tenían prohibición de existir y actuar), de las organizaciones estudiantiles y de las poblacionales. Se nos unieron también las directivas de algunos colegios profesionales, como el de médicos y abogados.
La carta (en parte redactada por quien suscribe) fue leída por Mujica y aprobada por la mayoría de los asistentes, pero hubo un tipo que se opuso a firmarla. Era el representante del MAPU, un hombre joven, de luenga barba negra y pelo largo. Adujo que no firmaría nada que pudiera ratificar la oficialización de Pinochet como jefe de estado. Se produjo una batahola de discusiones, gritos y manoteos. Pregunté a Federico por aquel individuo. “Es un exiliado –me respondió- parece que regresó al país hace pocas semanas”.
Fu entonces que la doctora Fanny Pollarolo alzó su voz y pronunció un pequeño discursillo que debió tener mejor público, porque quienes estábamos ahí asumimos que ella hablaba a contra pelo, a “contra voluntad”, empujada oprobiosamente por las circunstancias vigentes, las que mostraban a un grupo de trabajadores organizando una parranda política que bien merecía haber contado con la presencia y aporte de los partidos populares. Doña Fanny habló y con ello se produjo el arrastre del resto de los políticos disidentes e incrédulos.
– “Las mujeres no podemos aún entender por qué hay hombres que gritan contra la dictadura pero que no hacen nada por terminarla, salvo hablar. Yo no he consultado a mi partido respecto de firmar o no la carta que el Comando de Trabajadores enviará a La Moneda, pero mi conciencia y mi compromiso son avales suficientes. Voy a firmar la carta ahora mismo, e invito a todos los compañeros de los otros partidos a sumarse”.
Nadie se atrevió a dejar en blanco el espacio reservado en la carta para su respectivo partido o movimiento. En desordenada fila, los representantes de las organizaciones políticas estampaban sus rúbricas a la vez que gritaban a los cuatro vientos que “el partido tanto, o el movimiento cuánto, compañeros, acaba de firmar”, mostrando sus caras a las cámaras de televisión y a las lentes de los fotógrafos.
Pero, no nos acompañaron en la marcha hacia La Moneda. El valor no les alcanzó para tanto despliegue de coherencia y consecuencia. Así, los trabajadores salimos una vez más a las calles, con el pecho al frente y sin otras armas que nuestras conciencias y voluntades. Solamente Fanny Pollarolo estuvo junto a nosotros en esa marcha.
Honor y gloria, querida Fanny…honor y gloria. Fuiste gran ejemplo de lucha.
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Los ocultos/públicos amoríos de José Ramón…
Ladino, solapado, enamoradizo, cobardija, arribista, vivaracho, resbaladizo, mentiroso… características todas de nuestro conocido Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, militar que sentía verdadero temor por su esposa, Lucia Hiriart, a quien no siempre amó y, menos aún, respetó.
Aparentaba ser un defensor fundamentalista y talibán de la familia, el matrimonio y las tradiciones templarias del catolicismo, pero…
La historia se remonta al año 1957, cuando Pinochet, siendo oficial del ejército chileno (con el grado de Mayor) pero aún lejos del generalato, fue asignado por el gobierno de Chile a la República del Ecuador, específicamente enviado en misión militar a Quito, luego de haber sido seleccionado junto a un grupo de oficiales para potenciar la Academia de Guerra de Ecuador. Tres años y medio en que Pinochet fue parte de la socialité quiteña, pero en los que tuvo que lidiar con la atosigadora presencia de su esposa, Lucía Hiriart Rodríguez, con quien había contraído matrimonio en 1943.
En la hermosa capital ecuatoriana, con el volcán Chimborazo como magnífico telón de fondo, Pinochet conoció a Piedad Noé, distinguida dama perteneciente a la aristocracia quiteña, eximia pianista y dueña de hermosos ojos claros que encandilaron al duro militar sureño. El romance surgió vertiginoso y Lucía Hiriart, desencantada y furiosa, regresó a Chile con sus tres hijos -Augusto, Lucía y María- dispuesta no a terminar su matrimonio sino, por el contrario, a salvarlo y atarlo férreamente a su propia vera…como finalmente ocurrió.
Según el periodista ecuatoriano Byron Rodríguez, Quedaron el rumor y el enigma de que Piedad tuvo un hijo idéntico al padre. Lo concreto es que Pinochet regresó a Chile, país extremadamente conservador en asuntos de familia, pero jamás dejó de apoyar y ayudar a Piedad Noé en la manutención del hijo que ambos habían procreado.
En Ecuador, desde hace muchos años, circula el rumor de que Pinochet siempre estuvo preocupado por el bienestar y desarrollo de su hijo Juan, el que por cierto, siguiendo el ejemplo paterno, ingresó a la Escuela de Oficiales del Ejército del Ecuador, y desde allí, sin dudas ni titubeos, en una u otra medida y forma sirvió de corresponsal a su padre.
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José Tohá salva pellejo a Pinochet y obtiene la furia y odio de ña Lucia
Pinochet no habría mantenido un romance únicamente con Piedad Noé en Ecuador, sino también jugó al “amante bandido” con una iquiqueña –de ancestros alemanes– que vivía en la capital de la región de Tarapacá, romance que en la época de la Unidad Popular,fue “tapado” por el entonces ministro José Tohá, quien hizo lo posible por cuidarle las espaldas, el honor, la carrera y el matrimonio, a su ‘amigo’ general.
Para Lucía Hiriart, la cuestión se transformó en asunto de “seguridad nacional”, excelente ropaje con el cual disfrazó su propia ira en varios asuntos. Entre ellos se encontraba este secretillo personal de Pinochet, inconfesable públicamente ya que le habría significado el repudio de toda la cúpula del generalato, el cual logró resolver con la ingenua ayuda administrativa de su amigo, el ministro de Defensa, José Tohá González, en el invierno del año 1972… pero, doña Lucía no toleraba que el propio ministro de Defensa socialista se hubiese esforzado por cubrir los pecados carnales de su marido. Todos estos antecedentes forman parte del expediente judicial abierto el año 2000-2001 por el entonces Ministro de la Corte de Apelaciones, Juan Guzmán Tapia, quien investigaba el asesinato de José Tohá.
En su libro “Ego Sum, Pinochet”, las periodistas Raquel Correa y Elizabeth Subercaseaux, en la segunda edición de esa obra (año 1999), cuando el dictador estaba detenido en Londres, avalan la existencia de la ya mentada amante iquiqueña y las razones que pudieron haber motivado a Lucía Hiriart para solicitarle al Mamo Contreras el asesinato de Tohá. Esto está claramente explicitado en el proceso judicial que llevaba adelante el juez Guzmán, pero así como uno de los testigos principales, de apellido Fischman, se acobardó y optó por el silencio, también la propia familia del ex ministro Tohá decidió no ahondar en el asunto para evitar que saliese a la luz pública un posible acto de corrupción administrativa efectuado por el ex ministro de defensa en beneficio de su ‘amigo’ Augusto Pinochet.
Queda flotando en el limbo informativo una suposición que bien podría tener bastante de cierto… que la muerte de José Tohá no la ordenó Pinochet directamente (el que tampoco deseaba matarlo) sino, y este es el quid a investigar, la orden –saltándose los manidos ‘conductos regulares’ propios de una organización jerarquizada– habría emanado de manera directa desde la más alta instancia de la DINA… la cual era muy leal con la fanática y despechada Lucía Hiriart.
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Allende, su “garçonnière”, sus amores y un duelo a muerte con pistolas
Y ya que de ‘amoríos’ estamos hablando, recordemos algunos de aquellos que marcaron la vida del expresidente Salvador Allende.
Hay un sólido lazo que unió cierto amor del Chicho, un pequeño departamento de soltero y un duelo a muerte. ¿La fecha? Agosto de 1952. ¿Los duelistas? Salvador Allende y Raúl Rettig. ¿La causa que originó aquel combate mortal? Los celos del doctor socialista por el amor de una bella mujer. ¿Su nombre? Llamémosla simplemente “Leíto”.
Allende fue un empedernido “donjuan’ desde su época universitaria. Esa adicción superaba cualquier intento que él hiciera por dominarla, pues siempre terminaba cediendo ante ella, refugiándose en los brazos de quien en aquel momento era “la mujer de sus sueños”, aunque nunca intentó siquiera poner fin a su matrimonio con Hortensia Bussi. Él amaba amar, amaba el amor…y gustaba de aquella sensación que otorga realizar lo prohibido. Tanto así, que poseía un escondrijo, un departamentito de soltero, un bulín donde escondía no sólo su cuerpo, sino también su espíritu.
Aquel sitio, sus amigos lo bautizaron con el nombre que los franceses dan a ese tipo de domicilio: garçonnière. Estaba ubicado (aún está) en la calle Coronel Bueras (o simplemente ‘Bueras’) Nº 170-A, primer piso; 32 metros cuadrados, sin vista a la calle. Allí se refugiaba del mundo exterior junto a su adorada Leíto.
La tormenta llegó impensadamente una jornada de trabajo en el Senado, mientras se discutía un proyecto de ley relacionado con los trabajadores del cobre. En el altercado discursivo se trenzaron dos amigos, Allende y Rettig. La discusión pasó a mayores y trataron de dirimirla mediante puñetazos, pero otros senadores lograron retenerlos… momentáneamente, pues Allende envió padrinos para retar a duelo a Raúl Rettig. La razón del enojo de Allende era una sola: celos, pues creía que Raúl Rettig rondaba a “Leíto” pretendiendo su amor, lo cual no correspondía a la realidad, pues Rettig estaba interesado en una amiga de Leíto, mas, no en ella.
El duelo se llevó a efecto en Alto Macul, sin consecuencias debido a que ninguno de los contendientes acertó con su respectivo disparo. Una vez que se aclaró debidamente todo el entuerto, Salvador y Raúl volvieron a ser los grandes amigos que habían sido…
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Luciano Cruz Aguayo, fundador del MIR, y el secuestro de un periodista
Era el ‘terror’ del gobierno democristiano de Frei Montalva a mediados de los años sesenta. El primer gran ‘golpe’ noticioso a nivel nacional protagonizado por Luciano Cruz, fue el asalto a una radio en Concepciòn y el posterior secuestro del periodista Hernán Osses Santa María, al que liberaron, completamente desnudo, en el Barrio Universitario penquista. Fue la gran polémica de aquel tiempo…y Osses Santa María cayó fácilmente en la trampa que le tendió una mujer joven que dijo llamarse Ximena Alarcón, la que le proporcionaría detalles del quehacer del MIR al interior de la Universidad de Concepción. La mujer lo llevó (engañado, por cierto) directamente a las manos de dirigentes miristas entre los que se encontraba Luciano Cruz.
Esta acción le significó a Luciano Cruz, y al MIR, sufrir la embestida del gobierno, obligando a sus principales dirigentes a trasladarse de Concepción a Santiago. En esta ciudad, Luciano a veces pernoctaba nada menos que en las dependencias que tiene el ejercito en Peldehue, aprovechando el rango de oficial de los “boinas negras” que tenía su hermano…incluso vestía uniforme y podía salir e ingresar a ese regimiento a plena voluntad. Allí convenció a varios uniformados para integrarse al MIR, como fue el caso del capitán Mario Melo que después sería guardaespaldas personal de Salvador Allende, dado de baja en secreto por el ejército.
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Arturo Alessandri Palma y los curicanos
En plena campaña presidencial, el año 1933, Arturo Alessandri Palma postulaba a la reelección (había gobernado el país en 1920-25). Chile vivía momentos de gran tensión política, y “el león de Tarapacá” (como le llamaban sus seguidores) ofrecía a la nación su experiencia y conocimientos. Sin embargo, la meta se veía difícil y lejana. Por ello, Alessandri realizaba una extensa gira por el sur del país, a bordo de un tren contratado para el efecto.
A don Arturo le encantaba discursear; era respetado por ello. Se le consideraba uno de los mejores oradores políticos en la Historia de Chile, y él le sacaba lustre a ese don. En cada parada que el tren efectuaba, de pie ante la barandilla del último carro, con el gentío frente a él, se despachaba un discurso que dejaba enardecidos y enfervorizados a quienes asistían a escucharle. Ello ocurría en todas y cada una de las estaciones donde el trencito de la campaña detenía su andar por unos minutos.
Hasta que, de regreso a la capital, el maquinista debió detener la máquina en la estación de Curicó para abastecerse de agua. En pocos minutos corrió la noticia que “el león” estaba en la estación, y la gente comenzó a reunirse en gran cantidad cerca del último carro.
Alessandri salió hasta la barandilla y se dispuso a efectuar su acostumbrado discurso, pero la gente gritaba y aplaudía, silbaba con un vocinglerío feroz que impedía a don Arturo comenzar su alocución. Así, durante largos minutos. El maquinista hizo sonar el pito y la maquina comenzó a moverse… Alessandri, fuera de sí, gritaba a la gente que le dejara hablar, que le escucharan…no había c aso…el griterío continuaba.
– ¡¡Sólo tres palabras nada más…tres palabras!!
Quienes estaban más cerca del carro comenzaron a exigir silencio a quienes se hallaban más atrás. Poco a poco se fue produciendo el silencio que el candidato requería…pero, el tren ya iniciaba la marcha para retirarse del lugar. “El león quiere decirnos sólo tres palabras, vecinos y correligionarios, tres palabras nada más…escuchémoslo”, gritaban algunos. Por fin, con el tren iniciando ya una marcha más rápida y conseguido el silencio necesario, un furioso Arturo Alessandri lanzó con rabia las famosas tres palabras…a todo pulmón gritó: <<Tres palabras nada más, tres palabras: ¡¡Curicanos de mierda!!>>…y regresó raudo y frustrado al interior del carro.
Esta anécdota, poco conocida incluso por los propios curicanos, era parte activa en cada reunión que se realizaba durante cualquier campaña política en el amplio local del Centro Español de Curicó. Doy fe de ello.