Uruguay:Un escenario favorable para una reforma integral de la Seguridad Social. Por:Antonio Elías.
Respecto del ‘centrinaje’ y sus consecuencias
Cuando un trozo de la verdad duele y hiere cual sablazo en el vientre.
Extracto del libro “El Centrinaje, marca indeleble de la idiosincrasia chilena”
Arturo Alejandro Muñoz
El término y la palabra CENTRINAJE no están debidamente registrados por la Real Academia de la Lengua Castellana; sin embargo, el concepto existe y tiene un correspondiente concreto en la estructura social, pues la realidad siempre supera las entelequias de los intelectuales.
Nosotros llamaremos “centrinos” a aquellas personas que son homogeneizadas por características, conductas y hábitos específicos que escapan, claramente, de las cualidades que se suponen esenciales en un ser humano, como la inclinación a la verdad, la coherencia y la consecuencia ideológica.
Para efectos de esta nota, llamaremos ‘centrinos’ a quienes dicen lo que no piensan, hacen lo que no dicen, y piensan lo que callan
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Fueron “centrinos” quienes pavimentaron los patios de fusilamiento y llenaron de gasolina el estanque del helicóptero “Puma”, permitieron una sobrevida política a los responsables civiles de la masacre, defraudaron completamente a quienes escucharon sus peroratas demagógicas, esculpieron la democracia según sus intereses coyunturales y extienden sus manos para recibir pecuniariamente la gratitud de sus antiguos adversarios, asociados hoy en la misma empresa, así como alzan los brazos en respuesta a las ovaciones de otros centrinos como ellos, entre quienes se encuentran distinguidos miembros de partidos exizquierdistas –ahora renovados y convertidos a la fe neoliberal- que demuestran cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de decepcionados…total, piensan ellos, pertenecían al pueblo, a ese pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los mismos hombres que actuaron de verdugos morales.
Político centrino que arranca y abandona el buque, sirve para otra campaña.
El corso Napoleón Bonaparte, luego de la histórica derrota en la Batalla de las Naciones, al ser inquirido por sus generales -que deseaban obligarle a salvar su pellejo huyendo por la campiña- cuál sería el sitio donde se refugiaría para evitar la furia inglesa, manifestó que no escaparía como un cobarde ya que “cualquier lugar del mundo, un castillo, un cuarto humilde y hasta un calabozo, es útil para restaurar la lucha, pues Francia no merece, ni respetaría, a quien pensase de otro modo”.
El pequeño-gran emperador cumplió lo asegurado. Los ingleses lo desterraron a la isla de Elba, desde la que escapó posteriormente para recuperar el trono y dirigir el Gobierno de los Cien Días.
En fin, Bonaparte no era “centrino”.
La mayoría de nuestros políticos, en cambio, vergonzosamente, corrieron presurosos hacia las embajadas en procura de asilo, dejando al pueblo –al mismo pueblo que decían representar y dirigir- en condiciones lamentables, al arbitrio de la locura uniformada que se desató horas después del golpe militar. Muchos de ellos fueron recibidos en calidad de mártires heroicos en diversos países, disfrutando de las regalías y solidaridad de sus pares, viviendo gratuitamente merced a la preocupación de los respectivos gobiernos, dando charlas en sindicatos y organizaciones estudiantiles, paseando de un lugar del mundo a otro, sin haber trabajado un solo día ni transpirado por la necesidad de proveer alimento para su familia. Fue el “exilio dorado”.
Hubo algunos que ocuparon oficinas en edificios gubernamentales, como fue el caso de aquellos que se refugiaron en Alemania Oriental o Unión Soviética, desde donde “censuraban y administraban” las vidas de sus compatriotas menos favorecidos, en una especie de KGB-Stassi-DINA-Chilensis que aún provoca tristes recuerdos en muchos exiliados.
En Cuba no les fue nada de bien, ya que Fidel Castro –latino también- consideró que esos politicastros exiliados representaban una vergüenza para la causa revolucionaria, puesto que no tan sólo habían entregado la oreja con suma rapidez y facilidad sino, además, sin disparar un maldito tiro corrieron a buscar cobijo en las embajadas dejando al pueblo en la indefensión.
Ello explica por qué algunos de esos distinguidos próceres de la revolución latinoamericana abandonaron prestamente la isla caribeña, para descansar sus huesos en otros países menos criticones. Amén que, en Cuba, para ser sinceros, lo que menos abundaba eran los dólares.
Desde el exilio dorado hablaron y hablaron; recorrieron (con buena paga, por cierto) todos los foros internacionales sin dejar de asistir, jamás, a ninguno de los cócteles que se estilan en esas organizaciones, ni a desayuno, cena o comida oficial ofrecida por los anfitriones.
Otros, no muchos, lograron insertarse en organizaciones supranacionales y desarrollaron –bien o mal- trabajos varios que, al menos, justificaban el dinero mensual recibido.
Hubo un caso que de irrisorio pasó a ser lamentable, pero demuestra hasta qué punto algunos de esos “próceres” de la revolución fueron capaces de perseguir el dinero fácil, creyendo equivocadamente que los líderes de otros países eran tan inefables como ellos.
Cuenta la anécdota que un grupo de dirigentes juveniles del Partido Radical, sin haberse visto en la necesidad de procurar asilo alguno, intentó aprovechar la oferta de apoyo internacional en la lucha contra Pinochet. Desde Roma y Berlín Oriental -guiados por la batuta de un ‘socialista de ocasión’ llamado Juan Carlos Moraga Duque quien años más tarde sería jefe de campaña presidencial de FraFrá Errázuriz- movieron sus influencias a objeto de conseguir una entrevista, ni más ni menos, con Mohammar Khadafi, el líder libio que a la sazón constituía uno de los polos más fuertes en la lucha contra Estados Unidos e Israel.
Luego de múltiples trámites y reuniones, este grupo de jóvenes logró la audiencia solicitada. Los chilenos fueron trasladados a Trípoli y de allí a un punto desconocido en algún lugar del desierto libio, donde en una especie de campamento les esperaban Khadafi y sus asesores militares. Los chilenitos creían poder conseguir dinero fácilmente para financiar la “revolución” que estaba a punto de explotar en Santiago, según ellos aseguraron al mandatario árabe.
“¿Cuánto dinero necesitan?”, preguntó el libio. “Dos millones de dólares”, respondieron los jóvenes, sobándose las manos de contentamiento, pues esperaban sacar una tajada significativa de ese monto para bienestar personal. Después de largas conversaciones y análisis de la situación política chilena, el líder libio extendió un mapa de la República de Chile y expresó: “Estoy dispuesto a ayudarles con dos millones de dólares. Indíquenme en qué lugar de la costa chilena desean que una de mis naves descargue material bélico por un costo de dos millones de dólares y yo me encargaré que ese cargamento les llegue sin novedad”.
Por supuesto, no hubo respuesta. Los muchachos solicitaron al mandatario libio regresar a Chile para acordar con los jefes del Partido el lugar exacto y la fecha adecuada en la que debería producirse el desembarque. Volvieron a Santiago sin un solo centavo y con la cola entre las piernas. Nunca hablaron con el Partido Radical y tampoco hubo jamás esa manida “revolución”. Por cierto, Khadafi no recibió respuesta y los muchachos se cuidaron bien de no regresar a Libia.
Todo lo anterior importaría un bledo y constituiría parte sabrosa del anecdotario, pero la tragedia estriba en que esos mismos políticos centrinos regresaron al país una vez que la gente, la ciudadanía, el pueblo, recuperó la democracia; y regresaron no para trabajar como burros –tal cual lo hacen dieciséis millones de compatriotas cada jornada- sino para ocupar un lugar de privilegio en la institucionalidad salvada del incendio, pero, esta vez, reinsertándose en la política local tomados de la mano -en calidad de socios- de pinochetistas y derechistas que habían sido, y seguían siendo, los verdugos del pueblo.
Y ahí están hoy… diputados, senadores, subsecretarios, jefes de reparticiones y servicios públicos, “pituteros” sin perdón, gobernadores, seremis, alcaldes, jefes de partidos, directores de ONG’s y hasta ministros de estado. Son los mismos que huyeron como alma que se lleva el diablo no bien un “paco” o un “milico” apareció en la esquina con la cara embetunada. ¡Los que exigían al pueblo marchar unido y en armas contra la burguesía fascista, depositaron vertiginosamente sus traseros en la embajada más cercana! Pero, con la misma rapidez que esquivaron coherencia y bulto, regresaron dos décadas más tarde para seguir profitando de la ingenuidad centrina del chileno.
Qué lejos están del magnífico ejemplo de honestidad, coherencia y amor al pueblo, entregado por el doctor Salvador Allende…