Los sabores gastronómicos de la democracia de ayer se llevan en el paladar y en el alma

 Los sabores gastronómicos de la democracia de ayer se llevan en el paladar y en el alma

Arturo Alejandro Muñoz

¿Qué extraño del viejo Chile, de ese país realmente democrático que recorrí, disfruté y sufrí en décadas pasadas cuando el neoliberalismo aún no hincaba sus dientes en nuestra sociedad?

Ah…esa bella república en la que había cines de barrio y cines del centro en la aún provinciana capital de la nación. Y sus locales de comida, de verdad muy distinguidos y apreciados por todo el personal comilón.

Destaco de ellos a algunos inolvidables: El Chancho con Chaleco, La Cholita, Oriente, Las Cachás Grandes, el ‘Black and White’, ‘La Sirena’, ‘El Rosedal’, y obviamente, a esos otros que eran de gusto absoluto de clientes más ‘billetudos, por lo general situados en el barrio alto, Providencia, Las Condes, La Reina…o fuera de Santiago, donde se llegaba de preferencia en automóvil (cuando tales vehículos eran artículos casi prohibidos para las clases menos favorecidas económicamente).

En la década de los años 60, ¿a qué locales céntricos de comida arribaban empleados, trabajadores y estudiantes? Imposible olvidar al “Bahamondes” en el Portal de Plaza de Armas, con sus inigualables ‘completos’ y chacareros; al Chez Henry en ese mismo Portal. O al ‘Munich’, en Vicuña Mackenna con Santa Isabel, fuente de soda favorita de los cracks del fútbol chileno, donde el lomito tomate palta mayo era el rey de los sanguches…o al magnífico “Rápido” con sus empanadas de pino y de queso en pleno centro santiaguino. Y la inigualable ‘Fuente Alemana’ en las cercanías de Plaza Italia, lugar en el que degusté las casi divinas “gordas completas”.  

En aquellos años mi salida favorita de viernes después del mediodía -como estudiante universitario- era ir a un cine céntrico (Rex, Huérfanos, Central, Santiago, Plaza, York, Metro, Lido, Astor, etc.), y después degustar un inigualable ‘completo’ en el Dominó de calle Agustinas, o una pizza donde “Ravera” en el Portal. Son sabores que aún no he logrado encontrar en los nuevos locales estilo EEUU que inundan Santiago y regiones en decenas de Mall con sus patios de comida.

Al amanecer de un domingo aún feto, a las 04:00 de la madrugada: mis amigos y yo, acudíamos al restaurante “Il Bosco”, en la Alameda.

Periodistas, escritores (famosos y decepcionados), artistas (buenos, mediocres y fracasados), deportistas (de todo tipo) y pelafustanes como quien escribe estas líneas, se reunían en ese sitio poco antes que el sol despuntara sobre los Andes.

Allí se concentraba cada madrugada de domingo la poesía cantada por Serrat en su “Gloria a Dios en las alturas”… increíble, pero cierto.

Julito Martínez, Tito Mundt, Pepe Henríquez (Radio del Pacífico), guatón Ravani, Fernando Alarcón, Pepe Moscoso, Glorita Jiménez, Alfredo Lamadrid, Elías Pizarro, Marco Aurelio, Buddy Richard, Karl Martin, ‘Pollo’ Fuentes, Pitica Ubilla, Mónica Val, Jorge Gallardo, Bambi, Sussy Vecky, Eugenio Lira Massi, Daniel Galleguillos, Raúl Prado, Augusto ‘Perro’ Olivares, Óscar ‘Chaflán’ Valdés (mi muy ‘porteño’ periodista hermanito del alma)…y nosotros, los universitarios hambrientos/sedientos de aquella bohemia ya extinta.  

Ya estoy viejo, y el ‘carrete’ actual no logra satisfacer mis gustos culinarios. Las pizzas de hoy, aunque ‘modernas’ y variadas, poco se parecen sabrosamente a las de ayer; lo mismo ocurre con los ‘completos’, chacareros, ‘gordas’ y ‘lomitos completos’, o con los ‘crudos’ del Kika en Tobalaba…

Y para qué hablar de los ‘carritos’ de ayer, allí encontrábamos maravillas culinarias a medianoche, en Macul con Grecia, en la Norte-Sur, en Gran Avenida…inolvidables desayunos cuando el sol amenazaba despuntar: café hirviendo, un “romeo y julieta” (especie de sandwich sin pan, compuesto por dos enormes trozos de dulce de membrillo que en medio tenía otro enorme trozo de queso), y el tan apreciado pan con queso derretido y pebre.

En fin, para mí el molino ya dejó de girar. Sin embargo, permanecen en mi paladar y en mi memoria aquellos lugares donde encontrábamos el aliciente necesario para amar a nuestras ciudades y a nuestro tan bohemio estilo de vida.

Hoy, la globalización nos ha alcanzado, y nada es lo mismo (ni mejor ni peor) que lo disfrutado y construido hace décadas por una juventud que se negó valientemente a arriar sus banderas…y que fue traicionada por los mismos náufragos que ella rescató…pero, esa es otra historia.

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