¿Así somos los chilenos?

Arturo Alejandro Muñoz
No podemos rechazar nuestras raíces, y ellas señalan que la corona española, desde Carlos V en adelante, se vio obligada a enviar soldados, oficiales y curas a este territorio famélico en oro y gordo en problemas debido a las huestes mapuches que dominaban la zona desde el río Maule al sur. Para bien o para mal, no arribó a nuestro país aquella patota de aventureros marginales y buscapleitos que sí lo hizo en otros lugares donde era más rentable la estadía y el saqueo.
Chile se formó, nació y creció en medio de tropas, bandos militares, órdenes superiores y disciplina absoluta, ya que a decir verdad fueron únicamente soldados españoles quienes “hicieron nación” en este austral pedazo de América, y no una cáfila de civiles iletrados, audaces e insolentes, como acaeció en el resto del nuevo mundo.
Ello nos definió para siempre. Nuestro respeto a la autoridad alcanza niveles de insania, pues hemos llegado a confundir orden y disciplina con incondicionalidad enfermiza y obsecuencia servil, lo cual prohijó el dominio sin contrapeso de una clase que se encaramó en el poder desde los tiempos coloniales a base de la explotación a que sometió al resto de la sociedad chilena y, además, enriquecida a punta de estafas al fisco merced a que ella era también parte principal de ese fisco traducido en gobernabilidades asentadas en la casta del familisterio.
Desde entonces hasta hoy, muchos de nuestros dirigentes políticos, gobernantes y parlamentarios, manifiestan una actitud de mayordomos ante cualquier extranjero que tenga un par de dólares en su bolsillo o un galón de oficiales en las hombreras de su uniforme.
Tempranamente perdimos nuestra escasa identidad como pueblo libre, así como extraviamos intencionadamente aquella soberanía que supusimos propia, pero que estaba acá en calidad de préstamo solamente y que debimos devolver no bien se produjeron los arribos de los primeros inversionistas de lenguas enrevesadas, como fue el caso del inglés John North que se dio el lujo (sabiendo apenas chapurrear el castellano), de influir abierta y sediciosamente en la política nacional, al extremo de haberse constituido en uno de los principales responsables de la guerra civil el año 1891.
Nuestro pueblo se niega a ser independiente, se niega a informarse, se niega a ser auténticamente libre y auténticamente demócrata. Políticamente hablando, nuestro pueblo, y no se trata de un asunto que haya nacido recién, es cómodo, pusilánime y doble estándar, ya que dice lo que no piensa, hace lo que no dice, y piensa lo que calla, pues de esa manera jamás se compromete con nada ni con nadie, lo que le permite luego negar lo afirmado alguna vez y desandar lo caminado para cambiar de ruta apenas se produzca la oportunidad.
Los políticos son conscientes de esto y lo aprovechan, lo exprimen e incluso lo pontifican, ya que gracias a ello pueden atornillarse en cargos de representación popular ad eternum, sin necesidad de trabajar ni esforzarse en serio, obteniendo pingües y gordos ingresos merced a la desinteresada actitud que el resto de la sociedad tiene ante la actividad pública.
Esto es lo que permite a muchos políticos -independiente del ‘color’ ideológico que su tienda partidista diga tener- asumir posiciones que en algunos casos atentan frontalmente contra los valores de su propio partido y, lo que es más delicado aún, mofándose de las ideas y esperanzas de quienes sufragaron por ellos, ya que en casos que cada vez son menos inusuales, algunos parlamentarios supuestamente ‘progresistas y democráticos’ -que años ha mantuvieron posturas izquierdistas- hoy, merced al buen olor del dinero que fluye a raudales desde los consorcios de megaempresas que esquilman a una nación, saltan de una vereda a otra en lo ideológico, en lo social, e incluso en lo moral.
¿Cómo no extrañarse de la enorme capacidad sediciosa de algunos senadores chilenos? ¿Cómo no alzar la voz para recordarles que muchos de ellos -o sus familiares directos- debieron huir del país escapando de los intentos de asesinatos que a diario realizaba la derecha dura representada por Pinochet y la DINA? Algunos de estos náufragos que fueron salvados después por el mismo pueblo al que hoy traicionan, decidieron por sí y ante sí meterse en berenjenales fascistoides, de esos que promueven y financian los ‘halcones’ de EEUU y algunas megaempresas transnacionales adueñadas ya de gran parte de los recursos naturales del país.
Puede parecer penoso y decepcionante, pero un enorme porcentaje de nuestros compatriotas se niega a ver la realidad prefiriendo lanzarse al agitado mar del consumismo y las deudas, creyendo que eso los convierte a ellos y al país en nación desarrollada, cuando en estricto rigor el individualismo consumista y el endeudamiento hasta la tercera generación constituyen la nueva forma de dependencia que los gigantes industrializados atinaron a crear para mantener a naciones como la nuestra bajo la bota bancaria, la que los poderosos de siempre administran y profitan gracias al abierto beneplácito de parlamentarios corruptos que rifan el futuro del país en una lotería que se sabe jamás podrá ser favorable para los habitantes del sur del mundo.
En fin, parece que así somos, y una significativa mayoría señala estar más que satisfecha con nuestro ethos actual. Es la realidad del Chile de hoy donde pocos la reconocen y son menos aún quienes están dispuestos a provocar el cambio necesario, los mismos que impetran décadas de trabajo para doblegar a un sistema que tiene más de quinientos años de permanencia.