Eternauta, la epopeya del cine argentino.Por:Julio Fernández Baraibar

Eternauta, la epopeya del cine argentino
Por:Julio Fernández Baraibar*
La serie El Eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro y estrenada el jueves de la semana pasada, es un hito en la producción cinematográfica argentina.
La adaptación está formidable. Ha logrado traer el escenario de 1959 a 2025, 66 años después. Son las mismas casas de clase media de Vicente López, son los mismos personajes y los diálogos son notables porque esa es exactamente el habla de los argentinos o, por lo menos, los porteños que viven esa tremenda aventura. Los dichos, los modismos, hasta la sutil diferencia de clase en el habla de los personajes, son un portento.
Se ha generado en las redes una discusión acerca, justamente, de esta adaptación y no han faltado las voces que se han alzado ante lo que sería una traición a las intenciones del autor, Héctor Germán Oesterheld, quien, con su saga, habría querido reivindicar la resistencia peronista a la Revolución Libertadora.
Nada más descabellado que esto. Al tiempo de publicar su gran historieta, Oesterheld era un hombre de unos 40 años, identificado con los planteos políticos de Arturo Frondizi y el desarrollismo de Rogelio Frigerio. Tan es así que, incluso, la figura de Favalli, el “científico” del grupo de amigos, se parece fisonómicamente al secretario de Relaciones Socioeconómicas del presidente Frondizi. Posteriormente, en 1969, año de El Cordobazo -el levantamiento popular en Córdoba contra la dictadura de Juan Carlos Onganía- la revista Gente comienza a publicar una nueva versión de la historieta, ahora con dibujos de Alberto Breccia. El país ha cambiado, el optimismo de aquella clase media de una década anterior ha desaparecido y ha comenzado un período de radicalización de ese mismo sector social y también Oesterheld ha ido virando hacia posiciones más radicales. La publicación molestó al poco brillante general de Remonta que gobernaba, entonces, la Argentina y la editorial de Constancio C. Vigil no consideró apropiadas las sombrías y tortuosas siluetas de Breccia, ni el guión disruptivo de Oesterheld y la publicación fue suspendida.
Mucho después, en tiempos de las presidencias de Carlos Menem, la historieta de 1959 fue convirtiéndose, sobre todo como efecto de la desaparición y asesinato de Hector Oesterheld y sus cuatro hijas por la dictadura cívico-militar, en un ícono para sectores del peronismo vinculados política o emotivamente a la épica de las organizaciones armadas de los años 70. Y la transformación quedo cristalizada cuando apareció el Nestornauta.
Bruno Stagnaro y sus guionistas han tenido sobre sus espaldas todas estas interpretaciones que la historia argentina le dio a la historieta y a sus protagonistas, sobre todo a partir de la definición dada por su creador en una entrevista periodística: “El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Curiosamente la idea está explicitada en la concepción misma de la aventura que les toca vivir a Juan Salvo y sus amigos, pero nunca está dicho en la propia historieta. Es Oesterheld, no sus protagonistas, quienes piensan así.
El guión, que desde los títulos mismos se presenta como una “adaptación” del original, es tan bueno como se puede pedir y la realización es asombrosa. La película, como todo paso de un género a otro, sea novela, cuento o, en este caso, historieta, no es ni debe ni puede ser igual al original. Y los guionistas han logrado una notable adaptación, adecuando lengua, contexto, escenografía y rasgos históricos que ubican la acción hoy, en este momento. El hecho de que Juan Salvo sea ex combatiente de Malvinas, separado de una esposa médica, y de mayor edad que el Juan Salvo dibujado es un verdadero acierto. Y vincula la epopeya de la película a nuestra epopeya nacional.
En materia de detalles no le falta nada, pero nada. Ni la calcomanía de Malvinas en la casilla del guardián muerto (que me hizo incorporarme y aplaudir). O la publicidad de Lysoform («»sean virus o bacterias», dice un cartel en el exterior de un vagón de tren) en medio de la nevada letal que establece una relación con la memoria inmediata de la pandemia de Covid. O el chiste de la publicidad de La Gotita en medio de la destrucción de la ciudad. O el ex combatiente de Malvinas que busca un cigarrillo y le dice a Salvo, al despedirse: “Muero por un pucho”. Minutos después, termina dando una pitada y arrojando el pucho al combustible para quemar a la iglesia donde se han juntado los cascarudos llamados por una campana y a él mismo junto con una monja.
Los actores están muy bien. Quizás Favalli sea el que más se aleja de la idea que uno se había hecho de ese profesor de escuela secundaria y científico aficionado. Ya no se parece a Rogelio Frigerio, el Tapir, como se lo conocía al abuelo del actual gobernador de Entre Ríos. Pero carece de toda importancia. Posiblemente sean más los argentinos que no leyeron la historieta que los que la leímos, incluso varias veces a lo largo de la vida.
Todas las reacciones de violencia, egoísmo, sospecha y desconfianza que se despiertan en esos hombres y mujeres, a medida que se hace evidente la gravedad de la situación, es la que uno puede imaginarse ocurriría en un similar escenario. Es más. Lo vimos, amenguado, es cierto, durante la pandemia.
Hay un notable uso del suspenso y hasta del miedo o terror, un poco en el estilo de H. P. Lovecraft: algo innominado, indescriptible, desconocido amenaza y cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento.
Todo lo que acumulamos de conocimiento del lenguaje del cine, de la técnica narrativa, de las posibilidades técnicas del cine actual, de calidad interpretativa y de oficio en las distintas áreas de un rodaje, gracias a la acción sistemática del INCAA en los últimos 40 años, se ha condensado en esta sensacional serie, que ha hecho conocer en el mundo entero el muy rioplatense juego de naipes: el truco.
Este país, la Argentina, tiene algo que roza lo maravilloso.
En medio del gobierno más nefasto de nuestra breve historia, en medio de una crisis económica incrementada por el despiadado accionar de una banda de sinvergüenzas sin patria, en medio de una crisis política que solo a tientas nos permite ver una salida del laberinto, estamos viendo una serie cinematográfica, hecha por nuestra gente, que muestra de manera notoria de lo que somos capaces, que pone en valor las enormes capacidades que encierra nuestro pueblo y nos llena de alegría y orgullo y, por un rato, nos permite descansar de la amenaza letal que se ha cernido sobre nosotros.
Y Bruno Stagnaro está ya en el podio de los campeones de nuestro cine que conforman Leonardo Favio, Pino Solanas, Leopoldo Torre Nilsson, Hugo del Carril y Hugo Christensen.
6 de mayo de 2025.
*Julio Fernández Baraibar es historiador, escritor y político argentino. Ha sido guionista, entre otras películas, de Mirta de Liniers a Estambul y El General y la Fiebre, y realizador de La Ceniza y la Brasa, un documental sobre Arturo Jauretche.Ha escrito El Mercosur de Perón, Crónicas de la Integración Continental y el poemario Gozos y Dolores entre Dos Siglos.
Ha sido director del Archivo Histórico de Radio y Televisión Argentina.
Por:Julio Fernández Baraibar*
La serie El Eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro y estrenada el jueves de la semana pasada, es un hito en la producción cinematográfica argentina.
La adaptación está formidable. Ha logrado traer el escenario de 1959 a 2025, 66 años después. Son las mismas casas de clase media de Vicente López, son los mismos personajes y los diálogos son notables porque esa es exactamente el habla de los argentinos o, por lo menos, los porteños que viven esa tremenda aventura. Los dichos, los modismos, hasta la sutil diferencia de clase en el habla de los personajes, son un portento.
Se ha generado en las redes una discusión acerca, justamente, de esta adaptación y no han faltado las voces que se han alzado ante lo que sería una traición a las intenciones del autor, Héctor Germán Oesterheld, quien, con su saga, habría querido reivindicar la resistencia peronista a la Revolución Libertadora.
Nada más descabellado que esto. Al tiempo de publicar su gran historieta, Oesterheld era un hombre de unos 40 años, identificado con los planteos políticos de Arturo Frondizi y el desarrollismo de Rogelio Frigerio. Tan es así que, incluso, la figura de Favalli, el “científico” del grupo de amigos, se parece fisonómicamente al secretario de Relaciones Socioeconómicas del presidente Frondizi. Posteriormente, en 1969, año de El Cordobazo -el levantamiento popular en Córdoba contra la dictadura de Juan Carlos Onganía- la revista Gente comienza a publicar una nueva versión de la historieta, ahora con dibujos de Alberto Breccia. El país ha cambiado, el optimismo de aquella clase media de una década anterior ha desaparecido y ha comenzado un período de radicalización de ese mismo sector social y también Oesterheld ha ido virando hacia posiciones más radicales. La publicación molestó al poco brillante general de Remonta que gobernaba, entonces, la Argentina y la editorial de Constancio C. Vigil no consideró apropiadas las sombrías y tortuosas siluetas de Breccia, ni el guión disruptivo de Oesterheld y la publicación fue suspendida.
Mucho después, en tiempos de las presidencias de Carlos Menem, la historieta de 1959 fue convirtiéndose, sobre todo como efecto de la desaparición y asesinato de Hector Oesterheld y sus cuatro hijas por la dictadura cívico-militar, en un ícono para sectores del peronismo vinculados política o emotivamente a la épica de las organizaciones armadas de los años 70. Y la transformación quedo cristalizada cuando apareció el Nestornauta.
Bruno Stagnaro y sus guionistas han tenido sobre sus espaldas todas estas interpretaciones que la historia argentina le dio a la historieta y a sus protagonistas, sobre todo a partir de la definición dada por su creador en una entrevista periodística: “El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Curiosamente la idea está explicitada en la concepción misma de la aventura que les toca vivir a Juan Salvo y sus amigos, pero nunca está dicho en la propia historieta. Es Oesterheld, no sus protagonistas, quienes piensan así.
El guión, que desde los títulos mismos se presenta como una “adaptación” del original, es tan bueno como se puede pedir y la realización es asombrosa. La película, como todo paso de un género a otro, sea novela, cuento o, en este caso, historieta, no es ni debe ni puede ser igual al original. Y los guionistas han logrado una notable adaptación, adecuando lengua, contexto, escenografía y rasgos históricos que ubican la acción hoy, en este momento. El hecho de que Juan Salvo sea ex combatiente de Malvinas, separado de una esposa médica, y de mayor edad que el Juan Salvo dibujado es un verdadero acierto. Y vincula la epopeya de la película a nuestra epopeya nacional.
En materia de detalles no le falta nada, pero nada. Ni la calcomanía de Malvinas en la casilla del guardián muerto (que me hizo incorporarme y aplaudir). O la publicidad de Lysoform («»sean virus o bacterias», dice un cartel en el exterior de un vagón de tren) en medio de la nevada letal que establece una relación con la memoria inmediata de la pandemia de Covid. O el chiste de la publicidad de La Gotita en medio de la destrucción de la ciudad. O el ex combatiente de Malvinas que busca un cigarrillo y le dice a Salvo, al despedirse: “Muero por un pucho”. Minutos después, termina dando una pitada y arrojando el pucho al combustible para quemar a la iglesia donde se han juntado los cascarudos llamados por una campana y a él mismo junto con una monja.
Los actores están muy bien. Quizás Favalli sea el que más se aleja de la idea que uno se había hecho de ese profesor de escuela secundaria y científico aficionado. Ya no se parece a Rogelio Frigerio, el Tapir, como se lo conocía al abuelo del actual gobernador de Entre Ríos. Pero carece de toda importancia. Posiblemente sean más los argentinos que no leyeron la historieta que los que la leímos, incluso varias veces a lo largo de la vida.
Todas las reacciones de violencia, egoísmo, sospecha y desconfianza que se despiertan en esos hombres y mujeres, a medida que se hace evidente la gravedad de la situación, es la que uno puede imaginarse ocurriría en un similar escenario. Es más. Lo vimos, amenguado, es cierto, durante la pandemia.
Hay un notable uso del suspenso y hasta del miedo o terror, un poco en el estilo de H. P. Lovecraft: algo innominado, indescriptible, desconocido amenaza y cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento.
Todo lo que acumulamos de conocimiento del lenguaje del cine, de la técnica narrativa, de las posibilidades técnicas del cine actual, de calidad interpretativa y de oficio en las distintas áreas de un rodaje, gracias a la acción sistemática del INCAA en los últimos 40 años, se ha condensado en esta sensacional serie, que ha hecho conocer en el mundo entero el muy rioplatense juego de naipes: el truco.
Este país, la Argentina, tiene algo que roza lo maravilloso.
En medio del gobierno más nefasto de nuestra breve historia, en medio de una crisis económica incrementada por el despiadado accionar de una banda de sinvergüenzas sin patria, en medio de una crisis política que solo a tientas nos permite ver una salida del laberinto, estamos viendo una serie cinematográfica, hecha por nuestra gente, que muestra de manera notoria de lo que somos capaces, que pone en valor las enormes capacidades que encierra nuestro pueblo y nos llena de alegría y orgullo y, por un rato, nos permite descansar de la amenaza letal que se ha cernido sobre nosotros.
Y Bruno Stagnaro está ya en el podio de los campeones de nuestro cine que conforman Leonardo Favio, Pino Solanas, Leopoldo Torre Nilsson, Hugo del Carril y Hugo Christensen.
6 de mayo de 2025.
*Julio Fernández Baraibar es historiador, escritor y político argentino. Ha sido guionista, entre otras películas, de Mirta de Liniers a Estambul y El General y la Fiebre, y realizador de La Ceniza y la Brasa, un documental sobre Arturo Jauretche.Ha escrito El Mercosur de Perón, Crónicas de la Integración Continental y el poemario Gozos y Dolores entre Dos Siglos.
Ha sido director del Archivo Histórico de Radio y Televisión Argentina.