La noche de emociones, alegrías y esperanzas

 La noche de emociones, alegrías y esperanzas

Arturo Alejandro Muñoz

El 4 de septiembre de 1970 fue un día claro, despejado y diáfano, de agradable temperatura y, extrañamente, acorazado por una paz ciudadana que resultó ser ejemplo de responsabilidad y madurez cívica.

A lo largo del país, el proceso eleccionario se realizó en calma y sin disturbios. Ya en la tarde, la gente se recogió a sus hogares para informarse del recuento de votos a través de las radios y la televisión.

La lucha por conquistar el gobierno sería estrecha y cerrada. Eso se sabía de antemano, pese a que no había empresas que consultasen la opinión pública, como ocurre ahora. Estaba claro que la pelea se centraría en dos hombres: Allende y Alessandri, ya que Tomic no “calentaba” siquiera a la gente de su propio partido.

También era “vox populis” que nadie obtendría el cincuenta por ciento de los votos, lo que significaba que debería ser el Congreso Nacional quien dirimiera entre las dos primeras mayorías relativas, aunque históricamente el Poder Legislativo había zanjado esas situaciones ratificando a quien lograra mayor número de sufragios.

Por otra parte, durante la campaña, Alessandri había reiterado una opinión que después le pesaría: “debe ser Presidente el candidato que obtenga mayoría en las urnas, aunque esta sea sólo UN voto de diferencia”.

Salvador Allende obtuvo treinta mil sufragios más que Alessandri, logrando el 36,6% de la votación popular.

A partir de las diez de la noche de ese 4 de septiembre de 1970, la alegre locura se apoderó del país.

Por primera vez en la Historia de la Humanidad, un socialista accedía al gobierno mediante el sufragio universal. La juventud salió a la calle; los trabajadores también; los pobladores se abalanzaron sobre plazas y avenidas. Una multitud se concentró frente al viejo edificio de la FECH (Federación de Estudiantes de Chile), en Alameda con San Isidro, para festejar el triunfo y escuchar el mensaje de Allende que hablaría desde uno de los balcones a las once de la noche.

Los sectores altos de la ciudad, como La Reina, Las Condes, Vitacura y Los Dominicos, entre otros, parecían estar velando un cadáver, ya que sus casas se encontraban cerradas y sus luces apagadas. Allí, el pesar, la angustia y la desolación podían olerse a la distancia.

Allende habló a la multitud enfervorizada. “Una nueva época comienza, compañeros”, dijo con su voz de tonos arrastrados, “haremos un Chile más justo… retirémonos a nuestros hogares con tranquilidad y paz, disfrutemos en el calor de los brazos de nuestros hijos este triunfo histórico”.

Un creciente rumor atizó los temores de la muchedumbre aquella noche.

– Tanques en La Moneda –era el susurro que comenzaba a transformarse en voz.

– ¡Hay tanques rodeando la casa de gobierno!.

No eran tanques, sino tanquetas policiales que en un recorrido de rutina en período eleccionario transitaban por Santiago para recordar a los posibles terroristas que el orden y la ley seguían imperando en el país.

Radomiro Tomic fue el primer adversario que reconoció el triunfo de la Unidad Popular, yendo a la calle Guardia Vieja en Providencia, para saludar a domicilio a Salvador Allende. Ese fue un aviso abierto de Tomic a su propio partido, indicándole a diputados y senadores DC cuál era el camino que el Congreso Nacional tenía que seguir el día de la votación con que los parlamentarios dirimirían el problema suscitado por una elección que no arrojó ganador absoluto e inmediato.

Esa noche, montado en mi vieja y querida Gilera recorrí hasta altas horas de la madrugada casi todos los barrios del Gran Santiago. La paz y la quietud eran las dueñas de la ciudad. Miles de santiaguinos que habían estado frente a la FECH, y otros millones que habían sufragado ese inolvidable día, obedecieron el consejo del recién electo Presidente retirándose a sus hogares en calma y con la felicidad inundando sus corazones.

Llegué finalmente a mi hogar cuando despuntaba el sol. La felicidad -al igual que la emoción- me embargaba, pues sabía que estaba siendo partícipe de un hecho único, histórico, magnífico.

¡¡Habíamos triunfado!!

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