Migrantes, una delicada realidad que impetra consenso y solución

La IA afirma:En 2023, se estimó una población migrante de 1.918.583 personas en Chile, lo que representa casi el 10% de la población total del país. La gran mayoría de los migrantes son de Venezuela, Perú, Colombia, Haití y Bolivia. La migración a Chile ha aumentado significativamente en los últimos años, especialmente la proveniente de Venezuela y Colombia, y se concentra principalmente en la Región Metropolitana y otras grandes ciudades del país.
Arturo Alejandro Muñoz
El movimiento masivo de personas de un territorio a otro tiene inicios casi inmemoriales en la Historia de la humanidad. Las causas que originan tales traslados son múltiples; hambrunas, crisis económicas, guerras, revoluciones, desastres naturales, sobrepoblación, etc.
Las primeras grandes migraciones se produjeron, más que posiblemente, hace veinte o treinta mil años desde la Anatolia (meseta central del Asia Menor) y África, hacia el oriente… hacia las estepas rusas y al estrecho de Behring, para cruzar al continente americano a la altura de Alaska y descender por él rumbo al sur. Fue una de las primeras oleadas de lo que la antropología propone como “los orígenes del hombre americano”.
En el caso de Chile, los migrantes pueden dividirse en tres categorías. La primera de ellas corresponde a los inmigrantes españoles que llegaron en calidad de invasores violentos: los hombres de Almagro, luego los de Valdivia y así sucesivamente: Hurtado de Mendoza, Muñoz de Guzmán, etc., que se instalaron –por la fuerza de las armas- en terrenos ocupados desde tiempos muy anteriores por la nación mapuche, habitante insigne de esos territorios.
Otra categoría de migrantes corresponde a quienes fueron traídos desde Europa por un gobierno chileno (Manuel Montt, 1850) a objeto de colonizar y desarrollar sectores de nuestro territorio que no resultaban ‘atractivos’ a nuestros compatriotas de entonces, en especial a latifundistas, enriquecidos mineros y comerciante mayores, quienes eran, a no dudar, los dueños de un país que nacía y moría entre Copiapó y Concepción.
El trabajo de Vicente Pérez Rosales con los colonos alemanes (quienes deseaban huir de los estragos brutales de la revolución alemana de 1848-1849), ubicados finalmente en el sector sur de la bella tierra de la Araucanía (hoy, Valdivia, Osorno, Frutillar, Puerto Octay, Puerto Varas), da fe de esta inmigración planificada centralizadamente por el gobierno chileno, quien la calificó como un exitoso resultado de la “Ley de Inmigración Selectiva” del año 1845… sí, ”selectiva”, pues Pérez Rosales se encargó de extender autorizaciones solamente a artesanos calificados.
No nos extrañemos ni creamos que ello fue un actuar típico del conservadurismo chileno, pues un siglo más tarde, nuestro inmortal vate, Pablo Neruda, realizó algo similar en la España del año 1939, trayendo a Chile, en el mítico vapor ‘Winnipeg’, a destacados artesanos e intelectuales españoles republicanos derrotados por las tropas franquistas-fascistas en la sangrienta guerra civil que diezmó a la madre patria entre los años 1936 y 1939.
Hubo un momento, desgraciado y febril, en el cual nos correspondió a nosotros, chilenos, conformar masivamente una migración hacia territorios extranjeros. Ocurrió, como bien sabemos, con el sangriento y brutal golpe de estado cívico-militar del año 1973. ¿Existe información –que sea indesmentible- respecto al número de compatriotas que abandonó el país por ese motivo? Se habla de un millón de personas, cifra a todas luces exagerada, pero… ¿cuántos fueron, realmente, los chilenos que buscaron asilo, como migrantes obligados, en otras patrias?
Se supone (porque no hay estadísticas serias al respecto) que Suecia, Venezuela, México y Argentina fueron las naciones que recibieron el mayor número de compatriotas en ese tiempo difícil y oscuro. Sin embargo, los que habían sido dirigentes conocidos y públicos del gobierno de la Unidad Popular, optaron por asilarse en la RDA (República Democrática Alemana), Cuba, Inglaterra e Italia. Es lo que se sabe, pero no se ha podido certificar con exactitud.
Queda claro que el exilio por motivos políticos cumple con menos requisitos que todos los otros tipos de exilio. ¿Cuántos chilenos, carentes de calificación laboral significativa (técnicos, profesionales, obreros altamente calificados), llegaron a países del primer mundo y fueron recibidos sin mayores cuestionamientos oficiales? Ese dato tampoco lo tenemos.
Pasaron los años, recuperamos la libertad y la democracia, los patroncitos de siempre, de ayer y de hoy, nos sumaron, a contrapelo y regañadientes nuestros, a un sistema ultra neoliberal, y ahora, una vez más, nos corresponde recibir a habitantes de naciones que arrastran severos déficits económicos, laborales, políticos….
Nuestra directa participación en naciones económica y políticamente menos desarrolladas que la nuestra, facultó la presencia de militares en misiones ‘de paz’ de la ONU. Haití fue uno de esos lugares. Allí, generales, coroneles, capitanes, diplomáticos, empresarios, aventureros, comunicadores y políticos (compatriotas nuestros), se esmeraron en lenguajear ante los habitantes de Puerto Príncipe que Chile era la ‘nueva California’, la tierra de las oportunidades en Latinoamérica. ¿Que no fue así? ¿Y entonces, cómo pudo ponerse en marcha la masiva migración de hermanos haitianos a Chile, y no a Brasil, Argentina o Perú? Buena interrogante, sin duda, que no se resuelve exclusivamente con el asunto de ausencia de visa como tarea exigible.
“O el asilo contra la opresión”. Así reza nuestro himno patrio, pero, ¿cuál opresión afecta a naciones hermanas como Perú, Colombia y Haití? Colombia es un caso digno de estudio, ya que miles de venezolanos huyen hacia ese territorio escabulléndole el trasero a las normativas del gobierno bolivariano de Nicolás Maduro. ¿Por qué entonces esos mismos colombianos desfilan –también por miles- hacia nuestro país, principalmente al norte grande, como Antofagasta e Iquique? Misterio misterioso. Huele a “programa CIA/Pentágono”… ¿o a programa ‘Bilderberg’?
Tal vez los dueños del universo (Bilderberg y las transnacionales) han llegado a la conclusión que en Chile (junto a Argentina), donde está la mayor reserva de agua dulce del planeta (glaciares y ventisqueros australes), se encuentra seguro y diáfano el débil porvenir de esta esfera celeste llamada Tierra.
Algo grande, denso y relevante, parece escapar de nuestra capacidad de entendimiento. O al menos de la mía. Pero, hay un hecho cierto, nuestra nación “aymara-mapuche-hispánica” <<con intromisión italiana (zona de la bella Capitán Pastene), alemana, palestina y coreana (barrio Patronato en Santiago), china, peruana y colombiana y venezolana (en casi todo Chile)>>, comienza a transformarse en una especie de receptáculo de desesperados que llegan sin conocimiento alguno de lo que es y de cómo es nuestro país, y, por el contrario, extendiendo sus manos para exigir la entrega gratuita de vivienda, salud y educación.
En esos grupos vienen incrustados elementos nocivos, delictuales, narcotraficantes, asesinos, criminales, hombres y mujeres sin apego a ninguna ley. El mejor ejemplo de esto lo encontramos en la segunda oleada de la invasión venezolana, aquella que llegó a Chile merced a las “invitaciones” realizadas por el expresidente Piñera y varios de sus asesores, como Pablo Longueira y Cecilia Pérez.
¿Te extraña todo esto? No es algo nuevo en nuestra Historia. Para tu sorpresa, permíteme contarte que en el siglo diecinueve, y parte del siglo veinte, nuestra amada y querida Patagonia (Punta Arenas en medio de ella), para bien o para mal, fue poblada por aventureros, loberos, balleneros, comerciantes y asesinos europeos que la construyeron –luego de exterminar brutalmente a etnias maravillosas como los kaweskar- convirtiéndola en lo que hoy el mundo conoce. ¿Crees que Iquique, Antofagasta, Valparaíso y Santiago están muy lejos de ello? Si eso crees, simplemente no conoces tu nación ni su historia.
Definitivamente, somos un país de inmigrantes, desde la llegada de los mapuche desde Brasil y Argentina a través de la cordillera de los Andes, seguidos luego por españoles venidos de Castilla, Murcia y vascongadas, así como alemanes, italianos, palestinos, coreanos, peruanos, bolivianos, colombianos, venezolanos y haitianos… hasta aquellos que podrían arribar en el futuro mediato, si continuamos adscritos al neoliberalismo salvaje que ofrece tarjetas de crédito y endeudamiento por tres generaciones a cambio del sometimiento electoral favorable al principal mandante del sistema: la derecha económica. Con ello, Chile buscaría un destino que resulta incierto, amén de incómodo y peligroso.
Urge, entonces, una nueva y moderna legislación sobre política migratoria, comenzando por definir de una buena vez si el Ius Sanguinis o el Ius Solis será la principal carta de solución para dar nacionalidad a quien llega desde el exterior, pues en el c aso chileno, las oleadas migrantes en absoluto han sido “selectivas”, como ocurre todavía en algunas naciones desarrolladas, cual es el caso de Canadá, EEUU, Australia, Nueva Zelanda, etc.
En el ínterin, a los actuales migrantes, la sociedad chilena les pide que se sumen y se integren social y productivamente a la nueva patria que los acoge, respetando a cabalidad los requisitos, leyes y costumbres de su nueva anfitriona, pues en ella nacerán y crecerán sus hijos y sus nietos que, tarde o temprano, serán más chilenos que extranjeros.
Es la tarea pendiente, con mayor razón en un mundo donde la capacidad de traslado, movimiento y elección laboral/social se encuentra en un punto tan alto que impetra consensos políticos al respecto.