Milei: la casta pura

Con un estilo autoritario y una agenda económica que favorece a las élites, el presidente argentino consolida un modelo de gobierno que vulnera derechos, profundiza la desigualdad y amenaza la democracia. Mientras crece el malestar social, comienzan a surgir resistencias desde abajo en busca de una alternativa con justicia y dignidad.
Por Diego Manuel Rodríguez*/ Desde el inicio de su gestión, Javier Milei se ha convertido en el rostro visible de la entrega nacional a los intereses foráneos. Encarna el prototipo más fiel de la casta neoliberal: virrey de los poderes del norte, defensor a ultranza del Estado sionista y promotor del achicamiento del Estado en nombre de un supuesto orden económico superior. Ajustador serial de los sectores más vulnerables, Milei opera como portavoz de las minorías más poderosas del país, mientras despliega un discurso que se autoproclama antisistema.
En apenas dos años de gobierno, no ha dejado tierra sin arrasar. Con discursos violentos, grandilocuentes y provocadores, este economista de escasa solidez técnica eliminó impuestos que beneficiaban al conjunto de la sociedad, favoreció al agronegocio con la baja de retenciones y lanzó una ofensiva privatizadora que alcanza incluso a empresas estratégicas como Agua y Saneamientos Argentinos S.A. (AYSA). Paralelamente, profundizó la dependencia externa mediante nuevos acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, comprometiendo aún más la soberanía nacional.
Su modelo de poder tiene un carácter autoritario, con ribetes teocráticos. Milei no cree en la democracia: la desprecia. Lo ha demostrado al vetar en serie leyes aprobadas legítimamente por el Congreso Nacional, deslegitimando el funcionamiento del sistema republicano. La represión sistemática a las protestas sociales y la criminalización de la disidencia completan un panorama de retroceso institucional inédito desde la recuperación democrática.
Las promesas de sueldos dolarizados y una Argentina «de primer mundo» se estrellaron contra la realidad: salarios congelados, paritarias a la baja y una inflación alimentada por los mismos formadores de precios que el oficialismo se niega a controlar. La libertad de mercado, eje discursivo de su campaña, no es más que una coartada para consolidar negocios de unos pocos en detrimento de las mayorías. La tan mentada «libertad» terminó siendo el nombre de un negocio ajeno, de una ilusión rota.
A pesar de ello, Milei aún conserva respaldo en sectores que se identifican con su retórica, convencidos de que el sacrificio actual traerá un futuro mejor que nunca llega. Esa adhesión, más emocional que racional, revela el éxito de una narrativa eficaz, aunque profundamente engañosa.
Pero en las entrañas de esta crisis comenzó a gestarse una respuesta. El subsuelo de la patria se está sublevando. Empiezan a articularse voluntades dispuestas a reconstruir un proyecto colectivo con horizonte de dignidad. Será una epopeya difícil, como toda unidad en la diversidad, pero necesaria. Porque más temprano que tarde, la patria vencerá. Y volverá a levantarse sobre los pilares de la justicia social, la soberanía política y la equidad económica.