Combinación de sexo y política sólo produce líos o ‘retiros’ anticipados

Arturo Alejandro Muñoz

CUANDO COMENCÉ A ejercer profesionalmente, abriéndose ante mis ojos y mi futuro una perspectiva laboral más que halagüeña, el consejo de mi abuela materna marcó un camino que pocas sveces transité, aunque siempre recordé. “Ni en la cocina, ni la vecina ni en la oficina”, recuerdo que me dijo con seria mirada, y entendí perfectamente lo que ello significaba.

“El palacio más bellamente construido y la vida más perfectamente trazada, se vienen abajo con facilidad cuando las atrapa el bamboleo de unas caderas femeninas”, me espetó en su sonoro y castizo castellano ibérico. Remató sus dichos entregándome un libro, una novela, que me exigió leer casi de inmediato para que yo no tuviese duda alguna de lo que podría ocurrirme si no transformaba esos consejos en modo de vida. La novela estaba escrita por el finlandés Mika Waltari y se llamaba “Sinuhé, el egipcio”, la cual relata la vida de un médico durante el reinado del poderoso faraón Akhenatón; no obstante ser hombre prestigiado y rico, favorito del faraón además, terminó convertido en piltrafa humana debido a su total enamoramiento de una hermosísima y hábil cortesana, Nefernefernefer.

En la actividad política han sido muchos los ‘Sinuhé’ y las ‘Nefernefernefer’ que con sus apasionados amores derrumbaron gobiernos y anularon estadistas y emperadores. Ello lo experimentaron en Roma, en el siglo primero antes de Cristo, Julio César y Marco Antonio, quienes sucumbieron fatalmente ante los encantos de la ambiciosa Cleopatra. La historia de ambos es conocida y no requiere mayores comentarios.

Por cierto, no vamos a perder tiempo ni energías revisando en la Historia de la humanidad la extensa lista de ‘porrazos’ políticos originados por romances furtivos que, a la postre, fueron descubiertos. Escándalos famosos, como el del ministro de guerra inglés John Profumo, que en 1963 se enredó en las telarañas de una bella corista (Cristine Keeler) amante del espía soviético Yevgeny Ivanov, han marcado derrumbes de gabinetes enteros, e incluso de gobiernos… o casi, como fue lo acontecido en EEUU con Bill Clinton y la señorita Mónica Lewinsky, sin olvidar aquel famoso romance entre Eduardo VII, duque de Windsor, y la plebeya norteamericana Wallis Simpson, que marcó la ‘jubilación’ anticipada –políticamente hablando, claro- de don Eduardo, quien prefirió abdicar al trono evitando el desguace de la monarquía británica.

Bien, pues, todo lo mencionado ha sucedido más allá de nuestras fronteras de pequeño país-isla. ¿Por acá nunca ha ocurrido algo similar? La verdad es que Chile –en este tema- tal vez “la lleva” en la parte occidental de América del Sur. Todo comenzó con Pedro de Valdivia y su amante Inés Suárez (¿a quién se le ocurrió agregarle el “de”), poniéndole cuernos a doña Marina Ortiz de Gaete, su esposa con todas las de la ley. ¿Y don Ambrosio O’Higgins, gringo lacho que recorrió a culo pelado los campos chillanejos sembrando más de un crío en esos lares? Uno de ellos fue don Bernardo, quien sufrió lo indecible por la “muy cristiana” aversión a hijos nacidos fuera del matrimonio católico-apostólico-romano que era cuestión ‘sagrada’ en esos lejanos años.

Después llegó don Diego Portales Palazuelos, disfrutando a todo dar  jornadas de jarana en compañía de sus amigos íntimos y “amigas alegres”, con quienes se reunía en una casa que llamaban irónicamente “La Filarmónica”, para despreciar al salón de igual nombre donde se congregaba la alta sociedad santiaguina. Digamos, para ser francos, que con tales amigotes de francachelas don Diego amenizaba ‘carretes’ en puteríos a los que él asistía (y organizaba), asunto que a la postre sólo redundó en aderezar el odio incubado en muchos pelucones -y no pocos militares- que se resistían a sus medidas draconianas, anti o’higginistas y de ambicioso expansionismo económico. “Y además, putero”, cuenta don Filidor Villalón en carta a su primo Dagoberto, asegurando que esa fue una de las críticas a voz alzada que le endilgó en las alturas del Barón el teniente Santiago Florín, poco antes de descerrajarle un tiro y ordenar a sus soldados: “tírenle seis, carajo”. Don Filidor –según propia confesión (de dudosa autenticidad y verosimilitud)- habría sido uno de los soldados que acompañaban al capitán Antonio Vidaurre, jefe de los amotinados, aquella trágica madrugada del 6 de junio de 1837.

¿Y en el siglo veinte, y al comenzar la actual centuria, hay también historias como las anteriores? Las hay, y tan sabrosas como ellas.

Pregunte usted, amigo lector, dónde y cómo falleció el ex presidente Arturo Alessandri Palma. Le aseguro que murió honrando su apodo de “león”, aunque en esta ocasión no correspondía a un felino político de Tarapacá, sino más bien a uno de cama ajena. Enterados oportunamente de su deceso, tres dirigentes del partido liberal –llamados vía teléfono por la afligida mujer- concurrieron de inmediato al domicilio de la desconocida dama que cobijaba al ex presidente para, en medio de la oscura noche y en total sigilo, trasladar el cuerpo inerte del mandatario hasta su propio hogar. Allí llegaron médicos, prensa y  familiares para velar religiosamente a quien fue, sin duda alguna, destacada figura política en la primera mitad del siglo veinte. Mucho celo y demasiados cuidados para que, finalmente, se supiera de igual forma lo acaecido.

Salvador Allende, doctor en medicina, político y estadista de fuste, tampoco se libra de la impronta de lacho e “instalador de cuernos”. Su largo romance con Miria Contreras, la “Payita”, quien actuaba como secretaria del entonces Presidente de la República, es ampliamente conocido, y por lo mismo, imposible de negar. Hortensia Bussi –su fiel esposa- siempre lo supo, pero guardó una digna compostura y plausible silencio ante los desbocados affaires de su marido, famoso siempre -antes y durante la presidencia- por sus variados amoríos, principalmente con actrices chilenas y extranjeras, tal cual lo relata el periodista André Jouffé en un reportaje de la Revista “Cosas” en diciembre de 2007.

Y llegamos a la vera de don Augusto Pinochet Ugarte, defensor fundamentalista y talibán de la familia, el matrimonio y las tradiciones templarias del catolicismo. Pero….

La historia se remonta al año 1957, cuando Pinochet, siendo oficial del ejército chileno (con el grado de Mayor) pero aún lejos del generalato, fue asignado por el gobierno de Chile a la República del Ecuador, específicamente enviado en misión militar a Quito, luego de haber sido seleccionado junto a un grupo de oficiales para potenciar la Academia de Guerra de Ecuador. Tres años y medio en que Pinochet fue parte de la socialité quiteña, pero en los que tuvo que lidiar con la atosigadora presencia de su esposa, Lucía Hiriart Rodríguez, con quien había contraído matrimonio en 1943.

En la hermosa capital ecuatoriana, con el volcán Chimborazo como magnífico telón de fondo, Pinochet conoció a Piedad Noé, distinguida dama perteneciente a la aristocracia quiteña, eximia pianista y dueña de hermosos ojos claros que encandilaron al duro militar sureño. El romance surgió vertiginoso y Lucía Hiriart, desencantada y furiosa, regresó a Chile con sus tres hijos -Augusto, Lucía y María- dispuesta no a terminar su matrimonio sino, por el contrario, a salvarlo y atarlo férreamente a su propia vera…como finalmente ocurrió.

Según el periodista ecuatoriano Byron Rodríguez, Quedaron el rumor y el enigma de que Piedad tuvo un hijo idéntico al padre. Lo concreto es que Pinochet regresó a Chile, país extremadamente conservador en asuntos de familia, pero jamás dejó de apoyar y ayudar a Piedad Noé en la manutención del hijo que ambos habían procreado.

En Ecuador, desde hace muchos años, circula el rumor de que Pinochet siempre estuvo preocupado por el bienestar y desarrollo de su hijo Juan, el que, por cierto, siguiendo el ejemplo paterno, ingresó a la Escuela de Oficiales del Ejército del Ecuador, y desde allí, sin dudas ni titubeos, en una u otra medida y forma sirvió de corresponsal a su padre. Fue, sin lugar a dudas, la mejor forma de espionaje que concluyó finalmente con la participación de ‘Juan’ -convertido ya en oficial del ejército ecuatoriano-en la  pasada «Guerra del Cóndor» sostenida por el pueblo del Guayas con sus  vecinos hermanos del Perú, bello país que en esa época dirigía el corrupto y asesino Fujimori.

Las sospechas de los periodistas ecuatorianos y chilenos (y peruanos), apuntan a que el oficial Juan ‘Pinochet’ Noé habría participado el año 1995 en la ‘Guerra del Cóndor’, evento caracterizado por algunos violentos entreveros bélicos protagonizados por militares peruanos y ecuatorianos en las cercanías del río Cenepa y que estuvo en un tris de transformarse en un conflicto bélico mayor y total entre ambas naciones. ¿Dónde estará él hoy día? Misterio misterioso… que sólo la inefable, totalitaria y ambiciosa Lucía Hiriart conoce (y oculta, por conveniencia familiar, claro está).

Luego de estos intríngulis, tomó lugar en la escena doña Cecilia Bolocco, la que careció de escrúpulos para conseguir acceder –vía matrimonio- a la “créme de la créme” de la política argentina mediante la fortuna y posición social del inefable Carlos Menem, un pajarraco de cuentas que debió enfrentar varios procesos judiciales por apropiación indebida de fondos fiscales, tanto como por su probable participación (¿indirecta?) en la masacre de judíos argentinos acaecida con la voladura de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) el año 1994. En fin, haya sido como haya sido, lo cierto es que la Bolocco -sin duda alguna- contribuyó fuertemente a la caída de  Menem en el país hermano demostrando, una vez más, que el sexo y el romance adscritos a la política derriban los muros de Jericó.

Y llegamos, por fin, al Chile actual… a este Chile –o Pelotillehue con acrílicos y marquesinas- caracterizado como adalid del neoliberalismo “mode savage” en el hemisferio occidental, lo cual reverbera una verdad que muchos dirigentes del duopolio gobernante intentan tapar cual sol con un dedo… con el mismo anular que muchos de ellos utilizan para incursionar en las vaginas de sus amantes sin detenerse a calibrar cuán ‘mortalmente pecaminoso’ es aquel hábito, según las prohibiciones vaticanas emanadas de curas y acólitos pederastas.

El rumor popular, ese que corre más rápido que la pólvora e incendia la llanura con más efectividad que la bencina, señala que la muy opusdeística y derechista Alianza por Chile debió bajar a dos de sus candidatos estrellas –Laurence Golborne y Pablo Longueira- por causa de un furtivo y ‘prohibido’ amorío con la misma mujer, al más puro estilo de Julio César y Marco Antonio (encandilados por la ambiciosa Cleopatra), aunque en este criollo caso se trataría de una diputada aliancista que alguna vez actuó en teleseries de televisión.

Ni cortos ni perezosos, los dirigentes de la UDI (expertos en escándalos sexuales, como aquel de la embajada argentina en época de Spinoza Melo, o ese otro acaecido cien veces en el gimnasio, o ‘spa’, del señor Claudio Spiniak, (así como las contradicciones de la señorita Gemita Bueno), optaron por argumentar ante la prensa asuntos graves, aunque distintos a la realidad. Entonces, Golborne “fue bajado” de la candidatura presidencial debido a sus cuentas financieras (no declaradas ante el Servicio de Impuestos Internos) en las Islas Caimán… y Longueira, súbitamente, fue sacado de escena (por la misma UDI) aduciendo una “depresión médicamente diagnosticada”.

 A esa dama el rumor popular la involucra en ambos asuntos… ¿tiene opinión, comentario o crítica? Sería bueno saberlo, pues, aunque a muchos les moleste, quienes optaron por la ‘vida pública’ carecen de posibilidades concretas para conquistar su derecho a la privacidad.

«No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo» (‘Vidas paralelas’, obra del gran romano Plutarco).

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