LA COPLAC RECHAZA INTENTOS DE DESPOBLAR GAZA DE SUS HABITANTES ORIGINARIOS.
Cuestiones que nos separan artificialmente como hijos de la misma tierra

Arturo Alejandro Muñoz
Esa eterna e inconducente riña mediática por determinar cómo debe llamarse el bendito pan preferido de los chilenos -si marraqueta, si batido, si francés- se extiende hacia esa otra ‘lucha’ de opiniones -¿veranistas o inviernistas?- que se suma a la discusión (estúpida, me permito decirlo) de terraplanistas que no ven la curvatura de la tierra ni siquiera desde una de las naves Voyager.
Sume usted a lo ya dicho, estimado lector, aquello que ocurre con el brebaje llamado ’pisco’ ¿Peruano? ¿Chileno? Cuestión que acá en el campo de la región de O’Higgins, a los habitués de fiestas criollas locales, importa un soberano carajo. Ellos lo beben felices, procedente sea del chilenazo valle del Elqui o de la peruanaza zona de Pisco. Siendo bueno…¡salud! y “pa’dentro”, ya sea ‘solitario’ o con ‘negra’ (CocaCola) o con ‘blanca’ (Sprite). La cuestión es que sea bueno y con 35 o más grados de alcohol (de ‘empuje’ le dicen por estos rumbos).
¿Que el choclo y el tomate son originarios de México, la papa lo es de Perú y la centolla, el piñón y el mote con huesillo son de Chile? A nadie interesa…solamente se exige que estén en nuestras mesas, que sean de calidad, que nunca falten y que, ojalá, no sean muy caras (asunto de verdad improbable).
Dividir las opiniones en torno a lo que comemos y bebemos, pasa más allá de ser un ‘divertimento’, pues, se transforma en nacionalismo rampante, e incluso en oxigenante del clasismo, cuando no del racismo también.
Conozco casos de racismo adherido a un plato típico, y no es broma. Vea usted lo siguiente. Aconteció en Brasil, donde un plato muy popular de la cocina del gigante sudamericano es la “feijoada”: arroz, frijoles, carne de cerdo, carne de res y aderezos vegetales varios. Una turista estadounidense probó el plato y se manifestó encantada con esos sabores, pero…no bien se enteró de la historia de aquel guiso, es decir cómo nació y quiénes fueron sus inventores, el gesto de la señora gringa se agrió y retó a su esposo por no haberle advertido a tiempo al respecto.
En épocas de la esclavitud, los dueños de las grandes fazendas (haciendas) tenían esclavos de origen africano que trabajaban en labores del campo y en otros menesteres. A la hora del almuerzo, los patrones se sentaban a la mesa atendidos por, obviamente, algunos de sus esclavos. Estos almorzaban después de que sus amos hubiesen terminado el comistrajo. Cuenta la historia, que en una fazenda los amos sintieron aromas de exquisitas comidas que ellos no habían probado. Fue entonces que se enteraron de la inventiva culinaria de sus negros africanos, quienes usaban todas esas partes del cerdo que los blancos desechaban: orejas, hocico, cabeza, patas…cocinadas junto al ‘feijao’ (frijol) y al arroz. Muy pronto, los ‘fazenderos’ incorporaron el plato a su propio menú…había nacido la ‘feijoada’.
En fin, a partir de ese momento la elegante turista gringa rechazó el plato porque era “comida de negros”, y aunque usted pueda no creerlo, en Brasil hay algunos cariocas, paulistas y gaúchos (blancos) que no aceptan la característica de ‘plato nacional’ de la feijoada, pues consideran que ella representa sólo a la gente de color.
Algo parecido acaece en Chile con una magnífica exquisitez metida en un pan francés/batido/marraqueta: es “el sanguche de potito” que usted encontrará, sí o sí, a la salida de un encuentro de fútbol en cualquier estadio, o a la salida de un mega evento musical, preparado por manos expertas. “De potito y con pebre”. Se lo encargo…al domingo siguiente volverá a pecar, derribando los prejuicios de muchos de sus compatriotas que arrugan la nariz diciendo que ese sanguche es para los flaites, los borrachos, para el picanterío de barriadas marginales…
¿Lo ve?, ¿se da cuenta? Clasismo puro y duro arropado con el traje “dudas sobre la preparación del sanguchito”. Lamentablemente, para algunas personas parece que todo vale a la hora de la discriminación.