El mundo es de los valientes.Por:Jorge Rossel

El mundo es de los valientes.Por:Jorge Rossel
El mundo es de los valientes, no de los temerosos. Y hoy, cuando observamos la situación política y social en distintos rincones del planeta, se hace evidente que la derecha ha sabido presentarse como audaz y resuelta, mientras la izquierda, o más precisamente sus direcciones, se han replegado en una peligrosa cobardía.
La izquierda que alguna vez fue sinónimo de lucha y de conquista social —la que arrancó derechos laborales a principios del siglo XX, la que en América Latina levantó procesos de emancipación en medio de dictaduras, o la que en Europa hizo retroceder a los poderes económicos después de la Segunda Guerra Mundial— ha terminado en buena medida domesticada. Donde antes hubo huelgas generales, tomas de fábricas y organización popular, hoy predomina la gestión burocrática, el lenguaje técnico y la negociación de migajas con quienes concentran el poder.
La derecha, en cambio, ha mostrado una valentía que en realidad es consecuencia de esa renuncia: sin resistencia real, ha mantenido y profundizado el capitalismo, concentrando la riqueza en niveles históricos. Los datos lo respaldan:
Según el informe “Takers Not Makers” de Oxfam (2025), la riqueza combinada de los multimillonarios pasó de 13 billones de dólares a 15 billones entre 2023 y 2024 —un aumento de 2 billones—, con un ritmo de crecimiento tres veces más rápido que el año anterior.
Ese mismo estudio revela que el 1 % más rico del mundo ha visto su riqueza crecer en $33,9 billones desde 2015, cantidad suficiente para eliminar la pobreza global 22 veces, si se distribuyera de otra manera.
Oxfam calcula que alrededor del 60 % de la riqueza de los multimillonarios proviene de herencias, monopolios o conexiones cercanas al poder (“cronyism”), es decir, fuentes que no tienen que ver con un mérito igualitario sino con privilegio estructural.
Mientras tanto, datos del Banco Mundial muestran que el número de personas viviendo por debajo de una línea de pobreza de US$ 6.85 al día se ha mantenido prácticamente sin cambios desde 1990.
En América Latina, los gobiernos progresistas que llegaron con banderas de transformación terminaron administrando la pobreza: programas sociales que aliviaron necesidades inmediatas, pero que nunca tocaron la estructura de poder que permite a las élites apropiarse de los recursos naturales y financieros. Lo que se presentó como pragmatismo terminó siendo rendición.
Así, la derecha aparece como la fuerza “decidida”, no por mérito, sino por la ausencia de una confrontación genuina. Mientras las direcciones de izquierda retroceden, el capital avanza y naturaliza la desigualdad, la precariedad laboral y el desmantelamiento de los servicios públicos.
La historia demuestra que cuando la izquierda se atreve, cambia el rumbo de las sociedades. Fue la audacia de los sindicatos la que conquistó la jornada de ocho horas: este derecho fue reconocido formalmente en muchos países tras décadas de lucha obrera y movilización popular, y apoyado por convenciones internacionales como las de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Hoy, más que nunca, hace falta una nueva izquierda, no de oficina, sino de calle. Una izquierda con vocación de transformar la sociedad y de organizar una amplia movilización social que devuelva a los pueblos la esperanza de que otro mundo es posible. La cobardía de las direcciones actuales debe dar paso a la valentía de una generación dispuesta a desafiar el poder y a reconstruir el futuro desde abajo.
Infosurglobal
Octubre de 2025
El mundo es de los valientes, no de los temerosos. Y hoy, cuando observamos la situación política y social en distintos rincones del planeta, se hace evidente que la derecha ha sabido presentarse como audaz y resuelta, mientras la izquierda, o más precisamente sus direcciones, se han replegado en una peligrosa cobardía.
La izquierda que alguna vez fue sinónimo de lucha y de conquista social —la que arrancó derechos laborales a principios del siglo XX, la que en América Latina levantó procesos de emancipación en medio de dictaduras, o la que en Europa hizo retroceder a los poderes económicos después de la Segunda Guerra Mundial— ha terminado en buena medida domesticada. Donde antes hubo huelgas generales, tomas de fábricas y organización popular, hoy predomina la gestión burocrática, el lenguaje técnico y la negociación de migajas con quienes concentran el poder.
La derecha, en cambio, ha mostrado una valentía que en realidad es consecuencia de esa renuncia: sin resistencia real, ha mantenido y profundizado el capitalismo, concentrando la riqueza en niveles históricos. Los datos lo respaldan:
Según el informe “Takers Not Makers” de Oxfam (2025), la riqueza combinada de los multimillonarios pasó de 13 billones de dólares a 15 billones entre 2023 y 2024 —un aumento de 2 billones—, con un ritmo de crecimiento tres veces más rápido que el año anterior.
Ese mismo estudio revela que el 1 % más rico del mundo ha visto su riqueza crecer en $33,9 billones desde 2015, cantidad suficiente para eliminar la pobreza global 22 veces, si se distribuyera de otra manera.
Oxfam calcula que alrededor del 60 % de la riqueza de los multimillonarios proviene de herencias, monopolios o conexiones cercanas al poder (“cronyism”), es decir, fuentes que no tienen que ver con un mérito igualitario sino con privilegio estructural.
Mientras tanto, datos del Banco Mundial muestran que el número de personas viviendo por debajo de una línea de pobreza de US$ 6.85 al día se ha mantenido prácticamente sin cambios desde 1990.
En América Latina, los gobiernos progresistas que llegaron con banderas de transformación terminaron administrando la pobreza: programas sociales que aliviaron necesidades inmediatas, pero que nunca tocaron la estructura de poder que permite a las élites apropiarse de los recursos naturales y financieros. Lo que se presentó como pragmatismo terminó siendo rendición.
Así, la derecha aparece como la fuerza “decidida”, no por mérito, sino por la ausencia de una confrontación genuina. Mientras las direcciones de izquierda retroceden, el capital avanza y naturaliza la desigualdad, la precariedad laboral y el desmantelamiento de los servicios públicos.
La historia demuestra que cuando la izquierda se atreve, cambia el rumbo de las sociedades. Fue la audacia de los sindicatos la que conquistó la jornada de ocho horas: este derecho fue reconocido formalmente en muchos países tras décadas de lucha obrera y movilización popular, y apoyado por convenciones internacionales como las de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Hoy, más que nunca, hace falta una nueva izquierda, no de oficina, sino de calle. Una izquierda con vocación de transformar la sociedad y de organizar una amplia movilización social que devuelva a los pueblos la esperanza de que otro mundo es posible. La cobardía de las direcciones actuales debe dar paso a la valentía de una generación dispuesta a desafiar el poder y a reconstruir el futuro desde abajo.
Infosurglobal
Octubre de 2025