GOLBORNE, ¿QUIÉN ES USTED?

Arturo Alejando Muñoz

¿Es posible que un hombre como Laurence Golborne pueda convertirse el año 2014 en el nuevo Presidente de la República? Claro que es posible…difícil, pero posible. Y si ello aconteciese, ¿sabemos los chilenos qué desea y qué piensa? ¿Podemos dar fe de su ideología política?  ¿Quién es realmente Laurence Golborne?

Creo saber algo respecto. Después de cursar cuatro años en Historia y Geografía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en 1970 ingresé a estudiar Servicio Social en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de aquella Universidad. En ese curso de primer año –con más de 60 alumnos (once de los cuales varones)- comenzaron a destacar con luces propias algunas compañeras, como fue el caso de Alicia Ascencio (hermana del diputado Gabriel Ascencio, radicada en Canadá), Cecilia Correa, Sara de Witt (exiliada en Inglaterra), Luz Ramírez, Marcia Baquedano y… Gladys Golborne.

Yo traía conmigo –desde el Pedagógico- un ‘back ground’ político y cultural bastante sólido que me permitió convertirme tempranamente en “consejero” de mis compañeros. No obstante, Gladys Golborne jamás precisó de mis aportes…Por el contrario, fui yo quien recurrió a sus orientaciones en materias políticas cuando el pan quemaba en el horno. Nos separaba una delgada línea; ella pertenecía a las Juventudes Comunistas, y yo era lo que siempre he sido, un soñador que cree en el poder del pueblo, pero de un pueblo en acción y sin liderazgos azotados por el interés del poder o del dinero.

El año 1971, en diciembre, Fidel Castro nos honró con su visita. Con Gladys estuvimos en el Estadio Nacional cuando el líder cubano se despachó uno de los discursos más significativos y premonitorios de que yo tenga memoria. Esa misma noche la acompañé, por primera vez, a su casa en la avenida Primera Transversal, en la comuna de Maipú, donde no fuimos bienvenidos porque que su hermano Wilfred (estudiante de medicina y miembro de ‘Patria y Libertad’) creyó ver en mí a un émulo del Ché. Sin embargo, el ‘conchito’ de aquella familia, Laurence, entusiasmado por nuestros relatos de Fidel en el estadio, escuchó con interés el recuento que Gladys hizo de aquella jornada.

En un par de ocasiones regresé con Gladys a su casa en Maipú…Una tarde me dijo que era mejor no invitarme a su hogar ya que allá todos sus familiares, sin excepción, comulgaban con las ideas derechistas. Aún recuerdo aquella mañana en el año 1972 cuando Gladys lloró con desconsuelo porque su hermano Wilfred había fallecido trágicamente en un accidente automovilístico en la avenida Providencia.  Concurrí al funeral donde el pequeño Laurence se abrazaba a su hermana mayor casi con admiración.

Llegó septiembre de 1973. Gladys y yo dejamos de vernos. La trágica secuencia de asesinatos y persecuciones del régimen derechista militar nos alejó. Sin embargo, por única vez, pudimos conversar un mediodía en aquel local de ese restaurante en Pío Nono, cerca del cerro San Cristóbal. Iba a exiliarse. Su mirada se dirigía a Europa (Suecia era su opción); deseaba vivir el resto de su existencia junto a su amado compañero ecuatoriano que –eso supuse en aquel instante- ya la esperaba en gélidas tierras. “Me preocupan mi madre y Laurence –me confidenció- pues son los más indefensos de mi familia”. ¿Laurence –inquirí-, por qué Laurence? “Porque él no tiene escamas de momio –me respondió Gladys- aunque su corta edad (tenía 14 años en ese momento) le impide entenderlo”.

Supe –de puño y letra de Gladys- que Laurence había llorado el día que se enteró del exilio de su hermana mayor. Esa tarde el joven habría manifestado ‘odiar al milicaje’ y estuvo en un tris de abominar de los parámetros políticos impuestos por su padre, Wilfred, el ferretero.

Gladys descansa en paz desde el año 2006. Falleció en el exilio, y su muerte fue provocada por un violento cáncer que dificultó todo éxito a la ciencia médica. Me escribió desde Europa un par de veces. Nada relevante. Sólo migajas propias del destierro y del desencanto. Le dolía Chile, y se preocupaba incluso por mis actuaciones en el Comando Nacional de Trabajadores donde mi participación era pública y activa contra la dictadura pinochetista en el año 1983. “Tu historia personal podría alimentar una novela”, me dijo a través de su última comunicación epistolar. Le respondí el año 2003 enviándole precisamente el texto de mi libro “Con los ojos de mi padre” (en bruto y sin correcciones). Confesó que había disfrutado leyéndolo. Eso me basta para estar satisfecho y feliz.

Creo que regresó algunas veces a Chile. Nunca nos reunimos. Ella no lo quiso. Laurence ya era empleado destacado de Horst Paulmann, pero reconocía en su hermana una voluntad, un tesón y una dignidad que jamás encontró ni encontraría en sus nuevas redes sociales. Estoy seguro que incluso hoy, pese a haber sido lanzado al estrellato de las pre candidaturas presidenciales por una prensa infame, lacaya y coadyuvante de genocidios, Laurence Golborne sufre de un dolor tripal en el que Gladys constituye el parámetro social por el cual el actual ministro cuestiona su propia existencia y siente vergüenza de ser políticamente lo que es.

Comencé haciendo referencia a Laurence, pero derivé hacia el recuerdo de su hermana Gladys, cuya lealtad a su ideología y al gobierno de Salvador Allende le ganó un exilio mortal y el desprecio de algunos familiares. 

Laurence Golborne Riveros siguió la corriente sediciosa que caracteriza a la derecha, se entregó a un empresario que alquiló sus servicios de condottieri bolichero. Allí se destacó como administrador de ventas al detalle, hasta que su patrón germano lo catapultó al caricatural “gabinete de excelencia” de Piñera.

Un egresado de comerciales dispuesto a servir a inversionistas extranjeros en la explotación a ultranza de Chile y su gente; un personajillo que nunca mostró interés por los aspectos sociales ni movió un dedo para aportar alguna idea o algún esfuerzo en beneficio de los chilenos; un jefe de finanzas de tenderetes.

En suma, un ejemplo cabal del sistema que supo perfeccionar la expoliación del país.

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