En política ¿qué se elige cuando se elige?

 En política ¿qué se elige cuando se elige?

Arturo Alejandro Muñoz

Pareciera que la espiritualidad y la bonhomía que deberían caracterizarnos como especie se asfixian no bien se difuminan las palabras con que las mencionamos, y permanece únicamente el goce sensual de lo físico. Es la impronta de nuestro tiempo, el cual se agota en la exclusividad de la fiesta sin fin y del placer omnímodo que entrega el dinero, asociados ambos a la esencia misma de la más profunda razón de ser de los humanos: el poder sobre los demás.

Rebelarse ante esas situaciones y optar por una vida donde la solidaridad y la fraternidad sean las columnas vertebrales de la existencia, se llama ‘socialismo’, idea en extremo peligrosa –mortal, en realidad- para la subsistencia de un sistema que no sólo permite aherrojar al prójimo y arrasar un territorio sino, peor aún, se auto erige como una forma “noble” de vida, entendiendo, claro está, que en esas circunstancias es dable aplicar in extremis una de las máximas que Hobbes inscribió en su obra Leviatán: “el hombre es un lobo para el hombre”.

Hace algunos años, uno de los precandidatos derechistas a la Presidencia de la República dio a conocer un video en el cual preguntaba: ‘¿es posible?’. Las consideraciones allí insertadas eran, a mi juicio, infantiles e incluso burdas, pero la pregunta-ancla que ese postulante al sillón de O’Higgins privilegió en su inicio de campaña política me permite usarla para indagar en los recovecos de las veleidades y ambiciones de una clase social que lleva siglos empinada en la cúspide del poder.

¿Es posible que existan personas quienes –en los hechos concretos- exploten a sus semejantes y consideren aquello “digno y encomiable”? ¿Es posible que haya gobernantes y legisladores dispuestos a vender el país de sus padres y de sus connacionales a manos privadas, predadoras y clasistas, asegurando que ello es “desarrollo y democracia”? ¿Es posible que individuos cuyo pensamiento y acción coadyuvaron a la más sangrienta dictadura conocida en América Latina, pretendan alzarse como ‘adalides de la democracia’? ¿Es posible que, precisamente, quienes se han enriquecido con la estafa, el robo, la evasión de impuestos y la especulación financiera, quieran constituirse en gobierno ad eternum? ¿Es posible que haya individuos autoproclamados ‘cristianos’, pero tozudamente insistentes en impedir que su prójimo tenga acceso real a remuneraciones y pensiones dignas y que, por el contrario, ese mismo prójimo experimente un falso bienestar cobijado por el endeudamiento feroz que compromete el futuro no sólo de sus hijos sino también de sus nietos?

Y finalmente, la pregunta que aglutina y resume las anteriores: ¿es posible que un individuo con las características ya anotadas en las líneas precedentes, desee contar con la voluntad electoral de la ciudadanía para incrementar y perfeccionar la expoliación en comento?

Porque, en política, ¿qué se elige cuando se elige? Estoy cierto que ninguno de los filósofos más respetados y conocidos a lo largo de la historia de la humanidad hubiese aceptado que el pacto o contrato social, establecido por los individuos para estructurar gobiernos, transitase por la imposición interesada de la salvaguarda de privilegios de una clase que, precisamente, ha sido la causante de todo escozor y explotación inmisericorde de la especie humana.

¿Alguien, en su sano juicio, sufragaría para elegir a una autoridad que arrasará el territorio, depredará bosques, mares, glaciares y recursos humanos en privilegio de intereses económicos de empresas que no reconocen ley, Dios ni patria?

Es lamentable, pero ese tipo de seres humanos sí existe… la duda estriba en determinar si tales personas (la mayoría de ellas) al autorizar con su voto esos estropicios lo hacen debido a su falta de información y de cultura, o si lo ejecutan a sabiendas de ser sólo ‘ayudistas gratuitos’ de los poderosos predadores transnacionales, algo tan extraño e inexplicable como constatar, por ejemplo, que existen algunos ciudadanos que ganan sólo el sueldo mínimo, pero que en materias políticas se declaran pomposamente ‘derechistas’.

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